Galicia y Sigüenza

04/09/2022 - 11:04 Marta Velasco

Al llegar a casa, en Sigüenza, siento la alegría de ser seguntina, de haber nacido en este lugar castellano en cuya tierra rojiza levantaron nuestros antepasados, hace más de ocho siglos, una hermosísima Catedral.

Echando de menos amigos irrecuperables, y a otros que no han podido venir, volvemos a Galicia por unos días. A una Galicia algo más quemada, algo más triste. La margen del río Tea, por donde paseamos de mañana, sigue tan frondosa y selvática como recordaba, el río con menos caudal, más quieto y misterioso. Allí siguen las meigas recolectando bayas y culebras para sus pócimas y algún duende socarrón duerme bajo los helechos. 

La comida gallega es magnífica y verdadera, cada cosa es lo que es y guarda su delicioso sabor y aroma. Aconsejados por un paisano, vamos a una tienda recóndita a comprar un delicioso licor que, dicen, destila un miembro de la benemérita. El abigarrado establecimiento, con reminiscencias celtas, propias de Innisfree y la Galicia profunda, está regentado por una viejecita con sombrero de puntillas, pero con mucho carácter. Cuelgan desde el techo jaulas de grillos y perdices, pimientos secos, orinales de varios perímetros, escobillas, arenques, ristras de ajos y otros objetos no identificados. La señora Angustiosa - creo que nos dio un nombre falso, pues tenía los ojillos alegres en exceso - entró en la trastienda y vertió el famoso licor en una botella de dos litros, sugiriendo que lo bebiésemos muy frio y de un solo trago o dos, como acababa de hacer ella.  

Me pasma la variedad de nuestro país. De norte a sur, tan distinto y hermoso, desde las grandiosas catedrales a las humildes baretos, desde el profundo mar al chiringuito playero, hay gentes, acentos y paisajes para todos los gustos.

Al llegar a casa, en Sigüenza, siento la alegría de ser seguntina, de haber nacido en este lugar castellano en cuya tierra rojiza levantaron nuestros antepasados, hace más de ocho siglos, una hermosísima Catedral donde yace el lector más conocido del mundo, donde suenan las campanas y pernoctan las cigüeñas… Donde erigieron un imponente Castillo refugio de reyes y obispos, donde se construyó un exquisito Barrio Ilustrado, donde se conservan conventos como joyas, donde un obispo hizo crecer un precioso jardín y una gran Alameda a las orillas del río Henares. Estoy orgullosa de nuestra historia y de nuestros antepasados, forjadores de tanta belleza, y espero que nuestros nietos se sientan agradecidos por esta singular ciudad que quizás pronto sea declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad. Amemos y cuidemos a Sigüenza. Es única.