Galicia

07/09/2019 - 13:35 Marta Velasco

Casi todos los veranos paso unos días en agosto. Este año he visto cosas maravillosas. 

Casi todos los meses de agosto paso unos días de vacaciones en Galicia, acompañada de generosos amigos, y cada año voy conociendo mejor a los gallegos, seres de agua, transparentes en la superficie y enigmáticos en su verde profundidad. Sus bosques son también maravillosos y misteriosos y, según contó Fernández Flórez, allí hablan los pinos y los conejos, detrás de cada árbol cargado de musgo te asalta el bandido Fendetestas y cada anochecer temes y deseas que la Santa Compaña y Fiz de Catavelos se te aparezcan con su letanía mortuoria como en la película de José Luis Cuerda.

Estos días he visto cosas extraordinarias, por ejemplo, la farmacia de la Lda. Dª Remedios Abundancia del Barrio, que brota repentinamente en un recodo el camino, inesperada pero real, a las afueras de una parroquia perdida en lo más recóndito del bosque del río Tea. Una farmacia moderna por fuera, aunque imagino, porque siempre la encuentro cerrada, que debe ser prodigiosa por dentro, similar a la tienda para Quidditch del famoso Callejón Diagon, donde se surtía Harry Potter: inexistente para los que no sean brujos o iniciados. En ese mostrador de panaceas imposibles supongo que la Lda. Abundancia del Barrio despachará las vendas a Fiz de Catavelos o los apósitos para los chichones del bandido Fendetestas.

He visitado a Olga, señora de la antigua escuela vestida rigurosamente de luto, que abraza a sus clientes uno por uno hasta la asfixia, pero consigue y prepara las mejores langostas de la zona y quizá de todo el mundo. Ella tiene en su restaurante galaico un santuario rinconero, especie de altar entre religioso y político social, en el que conviven con el Sagrado Corazón y el apóstol Santiago, Franco, Aznar, Botella y otros. Las viandas que preparan son deliciosas y te hacen olvidar rápidamente el abrazo y las devociones. Además, las comidas en Galicia no engordan nada si te privas de pan, vino, filloas y chupitos, cosa que no suele ocurrir.

En Galicia he saludado a un cura con sotana, he fotografiado un espíritu vagabundo descansando bajo un helecho y he conocido a un niño de árbol, sentado en la copa y con pajarita.  Allí las cosas cotidianas parecen mágicas y son magia pura, como los percebes, el pulpo con cachelos y, por supuesto, los camarones.  

Hace un par de años el humo asfixiaba los bosques gallegos como una peste negra. Una caterva de pirómanos se ocupaba de devastar esta hermosa tierra. Los vi, lanzando botellas con fuego en los bordes de los caminos. Este año el cielo estaba limpio, pero las llamas estaban en Las Palmas de Gran Canaria, matando árboles de incalculable valor y especies animales que tardarán el reproducirse. Ese fuego que se reparte por España cada verano y se perpetúa en el Amazonas, no es purificador, es un fuego que nos duele y que mata. Hay mucha belleza en nuestro mundo, no tenemos otro, es nuestra responsabilidad y debemos defenderlo a base de medidas preventivas, leyes y mucha educación.