Generaciones generacionales
21/10/2015 - 11:06
Decía sir Winston Churchill que el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. Por lo que se ve y se escucha por nuestros lares no abundan los aspirantes a estadistas. El banderazo de salida ya se ha agitado y sólo se mira la meta fijada en el 20 de diciembre.
Los periodos preelectorales me dan mucha pereza. Los ciudadanos, votantes potenciales, somos literalmente bombardeados por los partidos con propuestas mágicas propias y reproches o denuncias ajenas. Los mensajes llegan a ser casi infantiles, como si el receptor, el codiciado votante, tuviera un encefalograma plano dispuesto a ser reactivado. Me ocurre lo mismo con la navidad y su publicidad impregnada. Se supone que colonia la usamos todo el año, no entiendo porqué sólo nos la aconsejan en esas fechas. Pues lo mismo. Se supone que nos gobiernan durante una legislatura entera, no entiendo porqué sólo se les ocurre las ideas brillantes momentos antes de renovarles nuestra confianza.
Resulta paradójico, pero son precisamente por estas fechas cuando se produce un mayor distanciamiento entre el seductor y el supuestamente seducido. Los políticos, a fuerza de reclamar el apoyo y el voto con sugerentes ofertas avivan la desconfianza y en muchos casos el reproche de los ciudadanos. No se me ocurren ahora nuevas técnicas en la captación de la confianza, me limito a constatar la desconfianza.
A diferencia de los estudiantes u opositores, en los que un tribunal les examina poniendo a prueba sus conocimientos, los políticos se presentan ante el tribunal electoral sin haber aprendido la lección y sin demostrar si se saben el temario. Pretenden aprobar sólo haciendo promesas. Es verdad que para las siguientes elecciones se presenta un nuevo panorama inédito hasta ahora. El hecho de que dos partidos nuevos irrumpan en la tarta a repartir podría justificar que sólo hacen propuestas porque en poco se les puede juzgar como gobernantes. Pero, ay, las pasadas elecciones municipales les otorgaron poder y ya están sometidos a ser juzgados y valorados por el electorado.
Los nuevos tiempos obligan a nuevas formas. Y ya hemos comprobado el éxito, al menos audiovisual, que puede tener un debate en torno a un café cuando cualquiera podría tildarlo de charla tabernaria. Se valora el impacto en lo novedoso, en lo distinto, en lo original y hasta en lo irreverente. Se valora mucho más el medio que el fin. Prima lo inmediato, lo súbito, aquello que pueda grabarse en la retina del espectador dando por hecho que es la televisión la reina de la noche-.
Sin embargo, el voto no es un acto impulsivo, y más en unos comicios generales. Al contrario. Mientras que el político se aferra estos meses a entregarse a la calle y a la audiencia, mientras intenta crear el estrés suficiente para encontrar la reacción consiguiente, cuando cree que el último mensaje es el que acompañará al elector cuando acuda a votar, encuentra en el 20D el fin anhelado, el ansiado objetivo. Y no. El 20D es el principio. El que ha decidido ese elector y no condicionado por la campaña electoral, si no por lo que ha pasado en los últimos cuatro años. Y por lo que pueda pasar. Incluso a las futuras generaciones.