Gonzalo Barajas Díaz
Aquel día, como cada día, Gonzalo cogió el cercanías en la estación de Coslada. Otros tres trenes, además del suyo, salieron con mochilas cargadas de explosivos.
Conocí a Gonzalo Barajas en una de mis clases en la UNED, en su centro de Guadalajara. Se acababa de trasladar a vivir a Coslada, tras un breve paso por Sevilla, desde su Jaén natal. Era funcionario de la Tesorería General del Estado. En su afán por formarse y por promocionar en su carrera, realizó el curso de acceso para mayores de 25 años e inició estudios de Ciencias Políticas y de la Administración. Le atraía todo aquello que tenía que ver con la gestión, con las administraciones públicas. Fue siempre un alumno de esos que no pasan desapercibidos: alegre, curioso, simpático, que planteaba sus dudas sin temor y tenía ansia por saber, por aprender y mejorar de forma constante. Si yo citaba un libro al margen de la bibliografía obligatoria, uno de esos autores que todo alumno debe conocer, una semana o dos después se me presentaba en clase con un ejemplar recién comprado. Recuerdo decirle medio en broma, medio en serio, que no iba a poder recomendar más libros porque le iba a salir cara la cosa.
Aquel día, como cada día, Gonzalo cogió el cercanías en la estación de Coslada para dirigirse a su trabajo en Madrid, un tren que había salido de la estación de Alcalá de Henares. No había amanecido aún. Otros 3 trenes, además del suyo, salieron con mochilas cargadas de explosivos que estallaron como un hachazo mudo en las estaciones de El Pozo, Santa Eugenia y Atocha. Tenía 32 años. Su vida, una vida que empezaba a sonreírle, se truncó en seco. Se acababa de casar, había estrenado vivienda, estaba encantado con su trabajo y había vuelto a estudiar. Su familia, salvo su hermana, que residía en Barcelona, vivía en Jaén. Al conocer la noticia intentaron contactar con él y al no conseguirlo se trasladaron a Madrid en su busca. Allí, en Jaén, fue enterrado dos días después. En febrero de 2011 le fue concedida una Gran Cruz de reconocimiento civil a título póstumo.
“Yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid”, versos de una canción de Joaquín Sabina, escribió alguien en un mural en recuerdo de las víctimas del 11-M. 193 personas, incluido Francisco Javier Torronteras, miembro del GEO asesinado unos días después, fallecieron como consecuencia de aquel crimen; más de 2.000 resultaron heridas. Ellos murieron sin poder bajarse del tren, quedando por siempre, un 11 de marzo, en Madrid. A todos corresponde mantener el recuerdo de Gonzalo Barajas, como, entre nosotros, el de Nuria Aparicio, Sara Centenera, Sergio de las Heras, María Fernández del Amo, David Santamaría, Eduardo Sanz Pérez, Guillermo Senent y Fco. Javier Torrenteras. Siempre en nuestra memoria.