Gritos y pitos
Debió de pasar un mal rato, si, sin duda el presidente debió hacer de tripas corazón para soportar la salva de silbidos y gritos que recibió al llegar al Paseo de la Castellana de Madrid donde se iba a celebrar el desfile del Día de la Fiesta Nacional.
Y es que no debe de ser fácil para un político ser recibido en un acto oficial con pitos y silbidos además de gritos pidiendo su dimisión. Sin duda quienes lanzan esos pitos y gritos no representan al grueso de la sociedad, pero aún así debe de doler.
Intento imaginar como puede encajar un hombre el pasar de ser vitoreado, mimado, alabado, a ser silbado y sobre todo a constatar a través de las encuestas que quienes hace no más de dos años le apoyaban ahora desean que deje de ser Presidente.
Les suele pasar a los presidentes en las segunda legislaturas, y cuando cruzan esa frontera difícilmente hay vuelta atrás. Por eso me pregunto que le dirá ahora a Zapatero aquellos que le hacían la pelota descaradamente en su círculo más intimo, aquellos a los que se les llenaba la boca diciendo que Zapatero tenía "baraka", aquellos que le hicieron levitar.
Lo peor que les puede pasar a los políticos es olvidarse que son solo hombres, y que por tanto en su carrera acertaran unas veces, se equivocaran otras, y que lo que nunca deben de hacer es despegar los pies de la realidad dejándose llevar por los halagos.
Vi el desfile a través de televisión y tuve la impresión de que aunque el presidente intentó no descomponer el gesto, en su mirada parecía reflejarse una cierta pesadumbre, por más que fuera preparado para esos silbidos y gritos pidiendo su dimisión.
Se podría decir que esos silbidos son anecdóticos, y lo son, que la sociedad española es plural, y lo es, que provenían de sectores ultra conservadores, y seguramente será verdad, pero aún así, lograron su objetivo que era romper parte de la armonía de la mañana, el ambiente apacible de fiesta.
En cualquier caso en democracia solo las urnas sancionan o premian la labor de un partido y sus dirigentes, y serán las urnas las que dictaminen el futuro del presidente y de su partido, no los gritos ni silbidos lanzados en una primaveral mañana del otoño madrileño.