Haití, año I
11/01/2011 - 00:00
Sin Gobierno, con certeza de que hubo fraude en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 28-N y sin fecha para la segunda, con una ciudad que es todavía una inmensa escombrera, con más de mil campamentos "provisionales" que albergan a cerca de un millón de damnificados, con violaciones reiteradas de centenares de mujeres y niñas en esos mismos campamentos, con los delincuentes campando libremente, con miles de muertos por el cólera, una catástrofe añadida a la catástrofe, con imágenes aterradoras en las calles. Sin casi ninguna esperanza, sin que se concrete la ayuda internacional para su reconstrucción, viviendo en condiciones de extrema precariedad, sólo luchando por sobrevivir. Ese podría ser el retrato de Haití, el país más pobre del mundo, un año después del terremoto que el 12 de enero de 2010 asoló la capital y el sur del país, causó 300.000 muertos, otros tantos desaparecidos y más de millón y medio de desplazados.
Ha pasado un año y todo sigue prácticamente igual. Si no fuera por algunas ONG's que desarrollan su labor solidaria en medio de las dificultades, el panorama aún podría ser peor. El débil Gobierno de Preval no hace nada salvo tratar de asegurar la continuidad con la segunda posición electoral del yerno del presidente, que la Organización de Estados Americanos ha denunciado como fraudulenta. Se espera que las protestas crezcan. La calle es de los violentos, porque la Policía Nacional de Haití y los cascos azules apenas tienen capacidad para nada ni se atreven a actuar. No se puede hablar de que exista una Administración de Justicia y, por tanto, ni se denuncian los delitos ni se castiga a los violadores. La impunidad campa a sus anchas. La Administración pública es caótica e ineficaz.
Haití no es sólo el país más pobre del mundo, Haití lleva doscientos años de retraso en su desarrollo, el peso insufrible de los dictadores, años de corrupción y explotación y de olvido. No acaba de llegar el dinero prometido por todos los países del mundo para la reconstrucción, pero ni siquiera eso es lo más importante. Se prometieron 10.000 millones de dólares y ahora ya se habla de lo difícil que será reunir 3.000. La comunidad internacional no puede olvidar ni dejar sola a Haití. No hay ninguna garantía de que con los gobernantes que tiene pueda cambiar el rumbo, pero hay que seguir allí. Hay que darles los instrumentos precisos para la reconstrucción del país, pero garantizando que los fondos recibidos lleguen a quienes los necesitan: los ciudadanos. Hay que limpiar Haití de escombros y de violencia. El país necesita un Gobierno nuevo para la reconstrucción nacional, para la refundación, para salir de la pobreza crónica. Sólo así se podrá evitar otro terremoto aún más devastador: la rebelión social provocada por esta terrible injusticia. Apenas hay ya periodistas ni grandes cadenas de televisión en Haití. Ahora sólo queda un pueblo ahogado en una inmensa tragedia.