Hasta el final
03/03/2011 - 00:00
La Corte Penal Internacional ha abierto un procedimiento por crímenes contra la Humanidad contra Gadafi y un puñado de secuaces de su círculo cercano, entre ellos alguno de sus hijos, por su responsabilidad en la represión sangrienta con la que el régimen libio ha intentado ahogar las protestas ciudadanas en las últimas semanas. Es la secuela de la durísima resolución que la ONU adoptó el pasado fin de semana contra el régimen de Gadafi, convertido en un proscrito y encastillado en las reducidas fronteras de Trípoli dispuesto a morir matando.
Se dirá que este tipo de medidas llega tarde, pero el paso dado por la ONU es histórico en la medida en que señala el camino que podrían recorrer los dictadores que usen la fuerza contra su pueblo. Hasta ahí todo bien. Sólo falta despejar si la comunidad internacional está lanzando sólo una señal ejemplarizante o está anunciando un nuevo tiempo en la persecución de estos sátrapas. Y es aquí donde surgen las preguntas.
¿Es Gadafi el único dictador en activo que merece estar en la nómina de los perseguidos por la Corte Penal Internacional? Como la respuesta es evidente, ¿actuará de oficio contra el resto aunque no medie una revuelta popular contra ellos? ¿Gadafi es un presunto asesino sólo por los crímenes cometidos en los últimos días o por su historial anterior de violencia y represión constante y cotidiana mantenidas durante décadas? Y si es así, qué responsabilidad tiene la comunidad internacional que ahora quiere sentarle en el banquillo por haberle sostenido hasta hoy, mirando hacia otro lado.
Manuel Marín, ex vicepresidente de la Comisión Europea, ha reconocido que la política que hace dos décadas, ante el temor de la llegada de regímenes islamistas, optó por la seguridad frente a la defensa de los derechos humanos ha sido un fracaso. Fue optar entre dos males en vez de buscar valientemente una tercera vía hacia la democracia. Y esa decisión ha sido el aval de estos dictadores a los que hasta ayer llamábamos presidentes y les tendíamos la alfombra roja. El acto de contrición tiene mérito porque Manuel Marín fue uno de sus pilotos. Sólo cabe esperar que dentro de dos décadas no tengamos que lamentarnos de que la comunidad internacional no haya sido capaz de llevar su hartazgo y su contundencia hasta las últimas consecuencias y en todos los rincones de la tierra.