Indignados con causa

20/06/2011 - 00:00 Antonio Casado

 
Es lugar común endosar a los indignados del 15M la falta de concreción. Más que un inconveniente o un demérito debería verse como un rasgo característico de los movimientos sociales que surgen de forma instintiva, como un reflejo defensivo de la sociedad. Al menos en sus primeras fases. Lo normal es que luego se vaya decantando en propuestas mejor o peor articuladas y que éstas encuentren su cauce en las instituciones habilitadas para la formación y expresión de la voluntad popular. O sea, los partidos políticos, que son el instrumento constitucionalmente previsto en el ejercicio de la participación política. No se me ocurre ningún otro desenlace de la expresión de un malestar social de carácter reformador.

  Nada tiene de revolucionario denunciar la corrupción política, pedir una democracia más participativa o exigir que se aplique el principio de división de poderes. ¿Qué partido político de los que se despachan, hoy por hoy, va a rechazar este tipo de apuestas por la transparencia, las buenas prácticas, el respeto a la independencia de poderes o el acercamiento de los gobernantes a los ciudadanos? Después de las movilizaciones de Barcelona y de las marchas de Madrid (conectadas a la protesta internacional contra el pacto del euro, que era el pretexto en esta ocasión), tal vez aún esté justificado hablar de falta de concreción en la revuelta urbana de los indignados españoles del 15M. Seguramente. Pero de momento ya ha tenido una repercusión concreta al haber logrado condicionar el discurso de los partidos políticos instalados. Ya no pueden seguir mirando hacia otro lado. Todo les interpela a partir del grito fundacional: "No nos representan". Esa es la cuestión, que sí les representan.

   O mejor, que son los únicos vehículos institucionales llamados a representarlos, salvo que el movimiento se confiese antisistema, que no es el caso. El movimiento ya ha expresado por activa y por pasiva que su impulso es reformista y no revolucionario, que está por la democracia aunque ésta deba ser revisada. O refundada, dicen algunos. Pero siempre dentro de una misma profesión de fe en el menos malo de todos los sistemas políticos. Una dirigente del PP tan significada como Soraya Sáenz de Santamaría, su portavoz parlamentaria, decía este lunes en la tele que su partido quiere tomar nota y poner en valor las reclamaciones de los llamados indignados. La declaración tiene su importancia en boca de la representante de una fuerza política llamada a gobernar. Claro que en el seno de la misma fuerza política se escuchan otras voces que ven el movimiento del 15M como un precursor de proyectos totalitarios y, más extravagante todavía, como creación artificial de un adversario político que se resiste a dejar el poder. Convendría saber en cual de las dos posiciones está el líder del PP, Mariano Rajoy.