Insólitos y santos días
Cuesta asumir que no podremos realizar esa escapada para descansar, disfrutar, desconectar de la vida diaria, por mucho que desde hace semanas las rutinas no sean ya las mismas.
Llevamos ya unos días en Semana Santa, desde el Viernes de Dolores, y vivimos estas fechas de manera distinta, atípica, sin desplazamientos físicos pero con celebraciones virtuales que permiten sumergirse en los hitos más significativos de una fiesta religiosa, repleta de tradiciones, colorido y sentimiento. Los actos litúrgicos no podrán seguirse en los abarrotados templos pero si desde el sofá de casa a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
Impresiona contemplar las imágenes de playas, paseos marítimos, autovías y calles de nuestros pueblos vacíos en los momentos que mayor trasiego tienen cada año, como abruma pensar en las consecuencias de este derrumbe para tantas economías particulares y la propia colectividad. Entristece no mirar al cielo o al móvil con impaciencia para conocer si pueden salir la Virgen o el Cristo de nuestra devoción, pues todos quedarán en los templos con la decepción que ello supone a los millones de penitentes que acompañan los pasos procesionales, aunque pueda consolar la contemplación digital de festividades pasadas. Cuesta asumir que no podremos realizar esa escapada para descansar, disfrutar, desconectar de la vida diaria, por mucho que desde hace semanas las rutinas no sean ya las mismas.
Son tiempos extraños, dolorosos, de preocupación, incertidumbres y miedos, de resistencia, paciencia o desesperación, obligada disciplina, solidaridad y nuevos hábitos como ese aplauso compartido a las ocho de la tarde para reconocer a los que desde la primera línea afrontan la crisis o la mejor utilización de las tecnologías que se presentan como una oportunidad para el trabajo, la educación de los niños, el entretenimiento y la participación en actividades. Atravesamos una situación inédita para cuantos habitamos hoy este planeta, que afecta a la humanidad en su conjunto y que afrontamos cada jornada pendientes de las cifras de contagios, ingresos, altas y defunciones, con la esperanza de revertir picos o curvas, pasar por mesetas y salir de una pesadilla que se ha apoderado de nuestra existencia para transformarla en algo peor. Y en medio de la batalla, confinados, llegan estos días santos, especiales para los creyentes, en los que rememoramos la pasión, muerte y resurrección de Cristo y lo hacen ofreciéndonos descubrir a Jesús en quienes sufren y en cuantos ayudan a los demás y rezar por todos nosotros.