Intolerancias

22/03/2019 - 14:10 Emilio Fernández Galiano

Sospecho que el mundo de la intolerancia no sólo se ha desarrollado en términos de salud. Sospecho que ha traspasado fronteras inundando las ideológica.

Me llama la atención la aversión del organismo de muchos de nuestros jóvenes a determinadas sustancias; a la lactosa, al gluten, a la fructosa y demás elementos contaminantes de sus inocentes cuerpos. Se les denomina, genéricamente, intolerancias. En mi época de niñez la  única intolerancia  en mi colegio era a determinadas asignaturas y a algún profesor, porque la mayoría eran excelentes.   Tuve la suerte de ir a un centro laico, no dependiente de ningún estamento religioso o militar. Ni público ni concertado. Por eso sus alumnos nunca reflejamos el  movimiento rebote. Y por eso ahora, que yo conozca,  ninguno somos “rebotados”.  Es más, en el comedor, además de no sentarnos separados,  un mensaje rotulado en hierro en la pared, bendecía la comida. Todavía hoy y ahora me suena a revolucionario: “Da pan a los que tienen hambre y hambre a los que tienen pan”.    

Además, era mixto y desde pequeños las aulas eran de niños y niñas. Crecí con ellas y ellas con nosotros, asumiendo con total naturalidad el desarrollo corporal por más que a ellas el tema de las tetas las delataba antes que a nosotros el pelo en el bigote, o donde fuera. Tengo que reconocer que las reivindicaciones legítimas de las feministas, recientemente en plena celebración, me despistan porque personalmente las tengo asumidas desde hace mucho tiempo. Tuve amigas bien pronto, muchas de ellas mejores estudiantes que yo, mejores deportistas, más inteligentes y más trabajadoras. Nunca vi ninguna diferencia entre ellas y nosotros salvo que a ellas le crecían las tetas y a nosotros el bigote. 

A lo que íbamos. Tampoco recuerdo en aquella inocente época que ninguno de mis amigos  tuviera algún tipo de intolerancia. Para ser exactos, me acuerdo de un diabético infantil   y un asmático a quien debíamos controlar en primavera para   evitarle episodios de insuficiencia respiratoria.    

El resto de nuestra alimentación era tan universal como irresponsable porque, ajenos en buena parte a la disciplina familiar, teníamos la mayoría un buen número de hermanos. No hablo de 3, algunos matrimonios decidieron afortunadamente prescindir del perro. Hablo de 4, 5 o más. Llegué a conocer familias de hasta 15 hermanos. Y, claro, hincábamos el diente a cualquier sólido que se conservara en la nevera. Por entonces ni había fechas de caducidad y abundaba el jamón de york, el queso de nata y el chorizo de Pamplona. Al llegar a casa nos preparábamos bocadillos de media barra con la severa advertencia de nuestra madre: o de jamón (york, obviamente) o de queso, nada de mixtos. 

 Así que en clase sólo había un gordo. Y por ese nombre le llamábamos sin posibilidad de confusión. Ahora supongo que será al revés, el flaco. Y eso que son intolerantes. 

 Sospecho que el mundo de la intolerancia no sólo se ha desarrollado en términos de salud. Sospecho que ha traspasado fronteras inundando las ideológicas. Ahora, cualquiera es intolerante al gluten como al respeto, a la lactosa como a las ideas y especialmente cuando éstas no les gustan. Las reacciones alérgicas son tan violentas que el sarpullido en la epidermis les dejará marca.

 

 

Por error de este colaborador, que envió a redacción una versión inacabada, este artículo se publicó la semana pasada incompleto y sin el sentido intencionado. Pido disculpas y ahí va la versión completa.