Inventario

11/04/2011 - 00:00 Andrés Aberasturi

 
Seguro que cada país tiene su cruz y no hay más que mirar hacia Italia para aceptar esa verdad; pero no sé yo si es del todo normal desayunarse cada mañana con una porción de titulares que deberían de quitarnos las ganas de desayunar pero que ya -y ahí está el peligro- forman parte de la ceremonia junto al café con leche y la tostada. Resulta que hay cientos de periodistas a las puertas de un juzgado; no esperan el fondo del asunto sino a la Campanario que es lo que al parecer importa mucho más que el hecho mismo de que se puedan comprar falsas incapacidades que pagamos todos. Pero es que, a renglón seguido, un periódico propone un termómetro para medir quién lleva más imputados en escándalos varios en sus listas electorales, si el PSOE o el PP. Por cierto, parece que gana el PP gracias a Camps y cía. Hay quien se pregunta si triunfó en Barcelona la consulta soberanista y para su impulsor, Alfred Bosch, el resultado ha sido "histórico".
  Bueno, es una forma de interpretar como un éxito el hecho de que acudieron a las urnas el 21% de los convocados; cualquiera sabe lo que hubiera dicho don Alfred si llegan a ir 3 de cada diez barceloneses. Pero cada cual es muy dueño de entender la realidad como quiere y ahí están, imagino que con cara de sorpresa y contrariedad, los que se empeñaron en apoyar a Garzón entre otras cosas frente a algo que, objetivamente, parece grave y digno de ser juzgado: las escuchas entre abogados y sus clientes. Pues resulta el Supremo -que también debe estar en la conjura que ellos apuntaban- ha declarado la apertura del juicio oral contra el juez más polémico y desconcertante de los últimos años que tendrá que sentarse en el banquillo lo mismo que se sentó en su momento -y en buena parte gracias al propio Garzón- el que fuera su amigo, Javier Gómez de Liaño.
   Duro oficio el de juez cuando se tiene que enfrentar al testimonio contradictorio de Policía Nacional y Guardia Civil (ver "caso Faisán" y los cortes -presuntos- en el video clave). Y todo esto sin salir de las fronteras porque si te pones a mirar un poco más allá llegas a la penosa conclusión de que de desde que la OTAN tomo partido por los rebeldes libios, Gadafi no para de recuperar terreno. Y es que hay ayudas que resultan muy peligrosas, sobre todo si no se sabe muy bien a quién, por qué y, sobre todo, para qué se ayuda a los que se supone que se ayuda.