Invisibles


  No hay datos exactos. No hay cifras. Peor aún, no hay nombres. Son los “sin-papeles”. Uno de ellos, uno cualquiera: un joven africano que desempeña un trabajo concreto - pinta una casa, cuida de una persona anciana- y la persona que lo ha empleado no está dispuesta a pagarle lo que le corresponde, lo que acordaron. No tiene a quién pedir cuentas, no hay quién le pueda ayudar. La situación, injustificable, se repite una y otra vez, aquí y allá, más cerca o más lejos, pero en nuestra realidad: se priva a una persona de lo que legítimamente es suyo aprovechándose precisamente de su vulnerabilidad. En los tiempos de bonanza, esta población extranjera residía en nuestras ciudades y en nuestros pueblos y aunque invisible, resultaba necesaria para mantener la economía y sostener nuestro nivel de vida.
   Nuestro alrededor se llenó, sin percatarnos, de personas que, en el mejor de los casos, lograban a duras penas mantenerse a flote y mantener a sus familias, aquí o en su país de origen, gracias a lo que obtenían por realizar “chapuzas”, “apaños”, estos trabajos “no cualificados” eran bastante demandados y la población española no estaba dispuesta a hacerlo por los sueldos que se proponían. Hoy, con la crisis, con la escasez de recursos, con la dificultad para acceder a determinadas ayudas, con la limitada oferta de trabajo, estas personas, más invisibles que antes, ya no sobreviven, ahora malviven.
   Los Servicios Sociales y las Entidades Sociales que trabajamos con ellas, convivimos con sus penurias. Ellas solicitan nuestra ayuda. Hicimos la apuesta por ellas y con ellas. La sociedad sigue sin verlos, mira hacia otra parte. No es justo. No es humano. Es hora de abrir los ojos y tender la mano. consecuencias, sociales, laborales y médicas produce en las personas que la sufre.