'Invitadas' en el Museo del Prado


La muestra “Invitadas”, abierta al público desde el 6 de octubre de 2020 hasta el 14 de marzo de 2021, analiza el papel de la mujer en la Historia del arte contemporáneo.

Desde hace más de una década, las Hermanas Lara estamos investigando sobre la mujer en la Historia del Arte y, con motivo del bicentenario  del Museo del Prado, hemos trabajado con las colecciones de la principal pinacoteca española y realizado numerosos programas de radio y televisión al respecto. El objetivo, transmitir a la audiencia y a los lectores de nuestros libros la magia de proyectar una mirada a los lienzos desde la perspectiva de la Historia de género.

En la actualidad, en tiempos difíciles con los necesarios protocolos anticovid para salvaguardar la salud pública, los museos de la Villa y Corte se presentan ante los ojos de la población que no puede desplazarse fuera de su comunidad autónoma en los puentes o de la capital, según se encuentre su zona básica sanitaria. Las exposiciones son un oasis de ocio y distracción, de deleite para los sentidos y de apertura hacia el mundo, en un largo viaje en el tiempo y acaso mínimo en el espacio, que a ciencia cierta no olvidarán en el año del confinamiento.

La muestra “Invitadas”, abierta al público desde el 6 de octubre de 2020 hasta el 14 de marzo de 2021, analiza el papel de la mujer en la Historia del arte contemporáneo desde la época de Rosario Weiss Zorrilla (1814-1843), discípula de Goya en tanto que hija de Leocadia, compañera sentimental del aragonés en la viudedad, hasta llegar a Elena Brockmann (1867-1946). La exposición se halla organizada en secciones temáticas. Pero en este artículo y en los dos siguientes, las Hermanas Lara explicaremos el elenco de obras desde una doble perspectiva: las pintoras y las retratadas. 

Isabel II, por Federico Madrazo.

El acceso restringido de las mujeres a una formación artística reglada favoreció su dedicación desde el Renacimiento a aquellos géneros que la élite académica consideraba menores, como el bodegón, la miniatura o, en menor medida, el retrato.  El Museo del Prado posee cuadros de Clara Peeters, Catharina Ykens y Margarita Caffi, pintoras modernas que tuvieron que ceñirse a los moldes de la representación mayoritaria de frutas y flores, pues se consideraban el reflejo de virtudes femeninas como la minuciosidad, la observación, la castidad, la delicadeza y la laboriosidad hogareña.

En realidad, la alta sociedad decimonónica seguía con esa misma idea: estimaban favorable que una señorita cultivara la pintura, igual que el canto y el piano. Algo que Isabel II puso en práctica. La reina castiza manejaba los pinceles como su madre, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, llegando a convertirse en una buena soprano y en alumna, junto a su hermana, Luisa Fernanda, de Rosario Weiss. Sin embargo, las mujeres tenían vetado el paso en la formación académica, teniendo que recurrir a escuelas de dibujo y a talleres de pintores. La crítica trataba a estas artistas con condescendencia, como maestras de dibujo, y calificaba de modo paternal sus obras como “graciosas”, de “encantadoras”. Sin embargo, no se las juzgaba en ningún modo con el mismo baremo que a las creaciones masculinas. Tristemente no competían en la misma categoría porque no se tomaba a la mujer en serio. Por ello, las chicas que se adentraban en las bellas artes solían dedicarse a pintar copias de estampas religiosas o miniaturas, pues su estilo debía ir de la mano del decoro.

La reina Isabel la Católica, anónimo.

Tanto Isabel como su madre, María Cristina, exhibieron obras de sus pintoras, tanto en las recepciones de palacio como en la Academia de San Fernando y en el Liceo Artístico y Literario de Madrid. Estas cortes femeninas protegieron, además de a Rosario Weiss, a Teresa Nicolau, a Asunción Crespo, a Emilia Carmena de Prota y a la francesa Cécile Ferrère, a quien “La de los Tristes Destinos”  le encargó en el exilio el retrato de su hijo, Alfonso XII. Isabel II llegó a participar en algún certamen como copista. Por eso, la exposición presta atención a las “reinas intrusas”. Desde 1847, José de Madrazo quería adornar cuatro salas del Real Museo de Pinturas que dirigía con imágenes regias; era su forma de avalar que el trono era para Isabel II, lo cual estaban defendiendo los liberales en lucha contra los carlistas. Al carecer de dibujos sobre reyes medievales, se recurrió a pintores jóvenes para que los “inventaran” y se hizo hincapié en las efigies de las monarcas, a fin de legitimar políticamente a la reina adolescente.  

Y, como después de Isabel I, tenían que incluir en el catálogo a Juana de Castilla, a quien nos negamos a llamar “la Loca”, lejos de echarla a un lado, los pintores del XIX, en un alarde de Romanticismo, precisamente exaltaron la hipotética demencia, o extravagancia de la hija de Fernando el Católico, reivindicando como otrora defendieron los Comuneros, la dignidad regia de la segunda Isabel.

Doña Urraca, Carlos Múgica y Pérez. 

Urraca, la hija de Alfonso VI, el conquistador de Guadalajara y de Toledo en 1085, entraría en la pinacoteca gracias a la obra de Carlos Múgica, siguiendo el proyecto de José de Madrazo de crear como sección propia del Prado una iconoteca regia que recorriera toda la historia de la Monarquía hispana.