
Jaculatoria
Nuestra conciencia está forjada desde la más tierna infancia. La de los pueblos, de igual forma.
Oración breve y fervorosa”, no hace falta que acuda nadie al diccionario. Ya lo hice yo siendo bien niño a instancias de mi padre, que me conminaba a utilizarlo en lugar de que mis dudas me las aclarara él. “Así no se te olvida”, me decía. Debía de dudar seriamente de mi capacidad para memorizar –cuánta razón-, porque también tenía la sana costumbre de repetirme machaconamente algunas jaculatorias –ahora lo entienden- que a él le gustaban, bien por su originalidad, bien por su significado. Y me las repetía por la misma razón, con el fin de que las memorizara y vive Dios que con muchas sí lo consiguió, al menos con algunas, algo irrisorio respecto a las que él atesoraba en su prodigiosa memoria.
Por pertenecer él a una generación que asimiló penosamente una posguerra, arrimó el hombro a la recuperación y desarrollo de su país y, finalmente, buscó la conciliación entre los españoles –dudo de que en algún momento hubiera “reconciliación”-, procuró desde sus responsabilidades aunar convicciones democráticas de una España que, por su entorno y su época, no encajaba en ningún otro contexto.
Supongo que se sumó al proyecto de UCD por entender que podría encauzar el entendimiento entre la mayoría de los ciudadanos; “in medium virtus est”, le gustaba apostillar. En una sociedad tan reivindicativa como la nuestra, siempre por intereses partidistas o doctrinales, que el recuerdo del partido fundado por Adolfo Suárez sea más o menos respetado es muy significativo, aún con todos los errores que por su condición de novatos pudiera cometer.
Por su posicionamiento político, sigo recordando a mi padre, fue objetivo de los dardos más envenenados, y eso, en el fondo, lejos de gustarle, sin embargo le estimulaba. “Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía”. La sentencia, paradójicamente, es de Simón Bolívar, por lo que la tentación de restregársela a Maduro en su virreinato venezolano es incontenible. Pero hay que conocerla.
Frente a las tendencias centrífugas del nacionalismo más temerario e irresponsable, recuperaba a Baltasar Gracián: “En la monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, así como es menester gran capacidad para conversar, así mucha para unir”. El autor de “El Criticón” (siglo XVII), obra que muchos equiparan al nivel del mismo Quijote, resumía lacónicamente con cuatro siglos de antelación unos de los principales problemas de nuestra Nación.
Nuestra consciencia está forjada desde la más tierna infancia. La de los pueblos, de igual forma. Olvidar nuestra historia nos convierte en vulnerables, en nada. Termino con una última anécdota paternal. Al pasear por Madrid me preguntaba por el nombre de sus calles. No por si las conocía, ingenuo de mí, sino porqué así se llamaban. Y para evitar que Ventura Rodríguez, por ejemplo, fuera simplemente el nombre de una calle impreso sobre una placa metálica de color azul.