Jornada Mundial de la Paz

02/01/2011 - 00:00 José Sánchez

Desde que en el Concilio Vaticano II, con el Papa Pablo VI, se estableció la Jornada Mundial de la Paz, ésta se celebra el día primero del año, 1 de Enero. La de este año hace ya el número 44. El Papa Benedicto XVI nos regala para ella un precioso mensaje con el título La libertad religiosa, camino para la paz, que os invito a leer, meditar y llevar a la práctica en su rico contenido y sugerentes indicaciones. La libertad religiosa es un derecho fundamental de la persona humana, de la misma naturaleza que el derecho a la vida y a la libertad personal, que debe ser respetado por todos y promovido por los poderes públicos como un bien para la sociedad y para los individuos. No consiste sólo en ausencia de coacción, sino, más bien, “en la capacidad de ordenar las propias opciones según la verdad”. Por desgracia, existen hoy situaciones de coacción física y moral que impiden el derecho de libertad religiosa, como son las persecuciones, las discriminaciones, los actos de violencia y de intolerancia por motivos religiosos, con su secuela de exilios, destierros, privaciones de libertad y muertes. Ahí están las persecuciones y muertes de personas pertenecientes a minorías religiosas, frecuentemente la cristiana, en Irak, en La India, en Nigeria, en Sudán, en Filipinas… Pero también existen, como señala el Papa, atentados contra el derecho de libertad religiosa en nuestro desarrollado Occidente. “Se dan – nos dice - también formas más sofisticadas de hostilidad contra la religión, que en los países occidentales se expresan a veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos. Son formas que fomentan a menudo el odio y el prejuicio, y no coinciden con una visión serena y equilibrada del pluralismo y la laicidad de las instituciones, además del riesgo para las nuevas generaciones de perder el contacto con el precioso patrimonio espiritual de sus países”. El reconocimiento y el ejercicio de la libertad religiosa, lejos de perjudicar, trae grandes beneficios para todos y para el bien común. Tales son, entre otros, el respeto de la dignidad de la persona humana; la toma de conciencia de la propia identidad y dignidad de las personas y de los pueblos; el compromiso por la justicia y por el desarrollo humano integral; el propio testimonio de la fe y del amor al prójimo… La apertura a la trascendencia beneficia a quien cree y actúa con libertad y a los demás, porque aproxima al ser humano a la suprema verdad y bondad, que es Dios. “La exclusión de la religión de la vida pública – nos dice el Papa en su Mensaje - priva a la sociedad de un espacio vital que abre a la trascendencia. Sin esta experiencia primaria resulta difícil orientar la sociedad hacia principios éticos universales, así como al establecimiento de ordenamientos nacionales e internacionales en que los derechos y libertades fundamentales puedan ser reconocidos y realizados plenamente” A todos nos corresponde ejercer, defender y fomentar el derecho a la libertad religiosa y exigir de los poderes públicos que respeten y fomenten este derecho y este bien, que no puede ser manipulado por el Estado, pues no es creación suya, sino patrimonio de la humanidad anterior al Estado. La familia es el ámbito adecuado para la educación y para el ejercicio de este derecho. En ella se aprende a respetar a los demás y a ser respetado y a establecer un diálogo fecundo, que habrá de ejercerse después en la sociedad. A los cristianos se nos debe exigir que respetemos a los demás en su derecho de libertad religiosa; pero hemos de exigir que se nos respete también a nosotros, no sólo en el ejercicio individual de nuestra religión, sino en su presencia y ejerció público: en sus celebraciones, en sus signos, en sus espacios y en sus tiempos. Termino con las mismas palabras con las que termina el Santo Padre Benedicto XVI su mensaje: “La libertad religiosa es un arma auténtica de la paz, con una misión histórica y profética. En efecto, ella valoriza y hace fructificar las más profundas cualidades y potencialidades de la persona humana, capaces de cambiar y mejorar el mundo. Ella permite alimentar la esperanza en un futuro de justicia y paz, también ante las graves injusticias y miserias materiales y morales. Que todos los hombres y las sociedades, en todos los ámbitos y ángulos de la Tierra, puedan experimentar pronto la libertad religiosa, camino para la paz”. . . .