La biblioteca soñada


Una de las posesiones más imponentes de María de Hungría, una cultísima mujer, era sin duda su biblioteca, que se enriqueció notablemente durante su estancia en España, quizá porque estaba acumulando material educativo para un colegio de niños.

Este 24 de octubre celebramos el día de uno de los espacios más maravillosos que se puede hallar: la biblioteca. Esta fecha tan especial me ha hecho recordar que hace casi un año, en una vindicación de la presente sección (La cremonesa y la flamenca que pintan), lancé la promesa de hablar de una muy especial, aquella soñada por María de Hungría.

María era hija de la reina Juana de Castilla y, por tanto, hermana del emperador Carlos V de Alemania y I España. Su abuelo, Maximiliano I, decidió que se casara con el rey de Hungría, el cual murió luchando contra los turcos en 1526 en la Batalla de Mohaczs.

El avance del «infiel» en Europa hizo que regresara a los Países Bajos, donde ejerció brillantemente como gobernadora entre 1532 y 1556. A partir de entonces se apoderó de ella el deseo de pasar sus últimos años de vida junto a sus queridos hermanos, Leonor y Carlos. De esta manera, María llegó a la tierra de su madre. 

Las hermanas se instalaron en el palacio del Infantado, pues Leonor de Austria fue nombrada señora de Guadalajara por su sobrino Felipe II. Este hecho no gustó al IV duque de la casa Mendoza, quien decidió marcharse al que había sido palacio del gran cardenal.

Desde aquí iniciaron un periplo por varios lugares de la geografía de Castilla, hasta que María murió en Cigales (Valladolid) en 1558, año en el que la desafortunada -y muy admirada por mí- Luisa de Sigea entra a trabajar en su séquito.

En este ir y venir, María de Hungría siempre llevó consigo sus libros. En aquel momento los desplazamientos no eran precisamente cortos y esta biblioteca ambulante, formada por decenas de arcones, se convirtió en una magnífica compañía con la que evocar su añorada y refinada corte cultural de Flandes.

A la reina viuda de Hungría no le seducía la idea de ingresar en un convento para pasar los últimos años de su existencia, como sí hacían muchas otras damas de la época. Ella prefería la vida cortesana, lo mismo que Leonor, para lo cual se sabe que había planeado levantar un bello palacio junto a la vega del Tajo, en algún terreno situado entre Zorita de los Canes y Almonacid de Zorita.

Imagen de María de Hungria.

El profesor de Filología Española José Luis Gonzalo Sánchez-Molero afirma que «No solo mandó comprar en Mérida algunas estatuas de mármol (…), si no que gestionó el transporte desde Génova de una gran cantidad de mármoles, para que fuesen llevados a Cádiz (…). Todo apunta a que ese lugar era su proyectada “casa” de Zorita».

El palacio había sido concebido al estilo del suyo de Binche, con predominio de la jardinería, la horticultura y amplios campos de frutales. Si seguimos los artículos del profesor Gonzalo Sánchez-Molero, parece ser que desde Yuste planificó buena parte de lo que quería que fuese su futuro, adquiriendo en almoneda bienes suntuarios característicos del Renacimiento, como esculturas antiguas, orfebrería, monedas y, en general, todo aquello que representaba el gusto por el mundo clásico.

Pero una de las posesiones más imponentes de esta cultísima mujer era, sin duda su biblioteca, que se enriqueció notablemente durante su estancia en España, quizás porque estaba acumulando material educativo para el colegio de niños que deseaba fundar cerca del palacio (no un colegio cualquiera, sino uno preparatorio para luego acceder a la no muy lejana Universidad de Alcalá).

Como las bibliotecas actuales, la suya también hacía las veces de punto de encuentro social, incluso autorizaba préstamos a determinadas personas. Contaba con libros, cómo no, de botánica y agronomía, de religión y teología, historia natural, caballería y amor cortés, historia natural, etc., destacando la colección de libros franceses, su lengua natural.

Para esta reina, la lectura colectiva entre la damas de su corte era algo común, una forma de ocupar el tiempo de ocio y de cultivar el espíritu. De algún modo, puede considerarse la continuadora del legado de su tía la archiduquesa Margarita de Austria, de quien heredó en usufructo una, también, magnífica biblioteca.

Cuando vino a España no trajo consigo la citada biblioteca de Borgoña, pues consideraba que se trataba de un bien dinástico que no debía desarraigarse de su origen. Posiblemente este sea el motivo por el que, a partir de 1557, la compra de libros (incluso de otras pequeñas bibliotecas enteras) aumentó palmariamente. 

Hoy en día, no es necesario disponer de una biblioteca personal para disfrutar del placer de la lectura y del conocimiento que proporcionan los libros, aunque, si se tiene dinero y espacio para ello, es una de las mejores inversiones que puede hacerse. Por suerte, contamos con una fabulosa red de bibliotecas públicas, atendidas por gente volcada en su profesión, que contribuyen a democratizar la cultura y la instrucción.

En la vida se puede prescindir de muchas cosas, pero de una biblioteca, un museo, un archivo y una escuela, todo de titularidad pública, nunca.