La boda y el cuento
Ya se han casado! ¡Ya se han casado! Ti-ti-ti-ti-ti. Tititi! Por fin Guillermo y Catalina (ahora dicen que hay que llamarlos así) se han dado el "sí quiero" y son felices, aunque no hayan comido perdices. Hemos visto a todos sonrientes: a la monarquía y a la jet set de Europa por la alfombra roja de la abadía de Westminster, luciendo sus mejores galas. Ellos la mayoría con su esmoquin y ellas con sus pamelas y sus vestidos de los mejores diseñadores del universo. Han sido días de noticia y excitación, de cotilleos variopintos sobre lo que costara el evento y quien lo pagará, de polémicas por los invitados-tiranos y de interminables tertulias sobre quienes son las mejor o peor vestidas, los mejores o perores herederos.
Era sin duda la boda del año y el acontecimiento mas mediático de la temporada y, por eso, todo el mundo ha echado el resto. Se trataba de revivir una vez mas el cuento de hadas y este tenía todos sus ingredientes, el príncipe hermoso, la princesa plebeya y hasta la madrastra del cuento y aunque la cosa no esta para cuentos a nadie le amarga de vez en cuando que todavía siga triunfando el amor en tiempos revueltos. Hemos leído que en la cena previa al evento celebrada en el Mandarin Oriental uno de los mejores hoteles de Londres y una de las tantas propiedades compradas por los árabes en esa ciudad, los royals de todo el mundo pusieron la nota de color. Se nos ha dicho de todo, que si el príncipe Carlos no sabe saludar, que su hermano Andrés es el menos querido de la saga, que nuestra princesa triunfó con su elección de gris y rosa palo y cientos de cuchicheos para caldear un espectáculo, seguido por 2.000 millones de espectadores y que ha congregado a 8.000 periodistas con el que las revista de papel couché harán su agosto.
Son malos tiempos para todos, pero mas para los parados que en nuestro país ya rozan los cinco millones y, por eso, todas estas celebraciones están llenas de contrasentidos. Sirven para que algunos hagan caja, !Claro está¡ pero también para dejar al descubierto las desigualdades, las eternas diferencias entre los que han de ganar el pan con el sudor de su frente y lo que lo tienen ganado, sobradamente, por su nacimiento.
Ya sabemos que la Familia Real británica no solo es la clave del sistema político incluso religioso de ese país, sino que representa a una tradición tan asentada que sigue siendo con mucho la institución mas valorada en una democracia extraña, tanto que es capaz de entender que no se invite a la boda a los ex primeros ministros laboristas y si a los tiranos extranjeros. ¡Curiosa manera de entender las cosas¡. Sea como fuere Guillermo y Catalina -el chico triste que según dicen ha recobrado la sonrisa y la mujer experta en el arte de la discreción- ya son marido y mujer y para que el cuento acabe como debe, es decir, siendo felices y comiendo perdices, se van a coger dos años sabáticos para sellar bien la unión y que la historia familiar no se repita.
Esa es la diferencia que ellos pueden elegir y como la fiesta la paga el pueblo soberano, alargarla lo que haga falta. Son jóvenes, guapos, inteligentes, han tenido todas las oportunidades y tienen garantizado el sueldo de por vida. No son como el común de los mortales y menos como los jóvenes de su generación que no esta para cuentos ni siquiera de hadas. ...