La casa de G.A. Bécquer

27/08/2018 - 17:13 José Serrano Belinchón

Conservo en mi escritorio una figurilla de cinco centímetros que me encontré abandonada junto a la puerta de la Casa de Bécquer. 

      Con este título me estoy refiriendo a la vivienda pueblerina donde, durante casi diez años, de 1860 a 1870, habitó Gustavo Adolfo Bécquer; una casa sencilla, de dos plantas, que en tiempos tuvo como dueño al Dr. Esteban, padre de Casta, esposa del inmortal poeta; vivienda que conocí diez años atrás en el pueblecito soriano de Noviercas. Conocí la casa y la fotografié como pudo estar cuando vivió el poeta, ahora deshabitada y en estado de abandono, pero de saludable aspecto. Susceptible de una restauración que pudiese mantenerla en pie otros cien años, conservando su aspecto exterior escrupulosamente.

            Tengo idea de que la histórica vivienda fue adquirida por el ayuntamiento local en 8.000 euros, con intención de convertirla en museo de muebles de época y en exposición permanente de recuerdos personales y de escritos del poeta sevillano.

            Hasta ahí todo bien. Hubo su polémica, exposición pública del proyecto con la condición de dejar, al menos la fachada, tal como se encontraba y demás. Se realizaron las obras y no se ha tenido en cuenta el sentir de la gente; pues no podemos hablar de restauración del modesto edificio lo que han hecho, sino profanación del mismo. Alegando que los techos eran bajos e inconsistentes, escasos de ventilación y de luz, se han modificado las medidas de forma tal, que el tamaño en altura de la casa resultante (la primitiva fue derrumbada) les ha venido a salir con casi un metro más de altura que la anterior, ventanas en proporción a las nuevas medidas, materiales y medios actuales, de manera que el resultado final ha venido a ser una velada sombra de lo que antes fue, que ni sus antiguos moradores reconocerían.

Allí vivió el poeta, allí se inspiró, allí nacerían sus tres hijos, lo que viene a significar un alto imprescindible en la que pudiéramos llamar Ruta Becqueriana del Moncayo, con el monasterio de Santa María de Veruela, tan unido a la vida de Bécquer, a cuatro pasos, y todas las villas y pueblecitos del contorno en los que –creo haberlo vivido alguna vez- la sombra del poeta no solo se adivina, casi se ve.

            Quiero contarte, amigo lector, un pequeño secreto. Conservo en mi escritorio una figurilla de cinco centímetros que me encontré abandonada junto a la puerta de la Casa de Bécquer. La dejaría olvidada alguna niña. La recogí de mil amores y le puse sobre una peana de piedra, con la inscripción:“Casta Esteban”.