La crisis como taparrabos
15/02/2011 - 00:00
Si no existiera el paraguas de la crisis económica, en este país sería imposible la existencia de este clima entre terrorífico y esperpéntico que rodea a la corrupción que afecta al primer partido de la oposición. La crisis ejerce un papel de eficaz taparrabos de las vergüenzas infinitas de las mil tramas de corrupción del PP o sus aledaños empresariales. Sin la crisis no tendríamos esas declaraciones de Esteban González Pons o de Rita Barberá y otros poniendo patas arriba los fundamentos mismos del Estado de Derecho y del estado de normalidad mental, como son esas afirmaciones de complicidad de policías, fiscales y jueces en una diarreica conjura universal contra su partido y a favor del de enfrente. Pero la crisis explica también la indiferencia letárgica de tantos ciudadanos no concienciados que se tragan sin pestañear todos los embustes que les echen encima, sin lo cual serían imposibles algunos resultados de encuestas electorales. Ni siquiera se daría la sumisión de tantos medios de la derecha moderada y extrema a los planteamientos disparatados de los tales.
Los últimos lances de la película protagonizada por Francisco Camps es uno de los mejores ejemplos de todo lo que comento. Sin crisis sería inimaginable la persistencia y la parcial justificación que se hace con el horizonte judicial del todavía presidente de la Generalitat valenciana. Un señor imputado por corrupción hasta ese extremo nunca tendría cancha para burlarse así de todos nosotros, y de su partido y de Rajoy en primer lugar. Seguro que toda esta gente está bendiciendo la crisis económica no sólo como vehículo para ganar elecciones sino también como arma eficaz para el ocultamiento de la corrupción masiva y oceánica que les rodea. El desafío de Camps a Rajoy y a la cúpula nacional, al proclamarse candidato contra la voluntad de aquéllos, constituye uno de los actos políticos más graves dentro del comportamiento de cualquier partido. Y el silencio del presidente nacional del PP le define para siempre como el líder más débil e indeciso que haya podido tener la democracia española en sus 33 años.