La crisis, con crudeza

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

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Antonio Papell - Periodista
Los datos del desempleo de mayo, conocidos ayer, agravan la percepción negativa de la crisis que ya tienen los ciudadanos, y que se manifiesta, por ejemplo, a través de una caída en picado del consumo.
Mientras el paro sube en más de 15.000 desempleados en mayo, la primera vez que aumenta en ese mes en doce años, las ventas de automóviles cayeron un 24% en mayo (en Francia subieron un 8%) y el consumo de gasóleo se redujo un 10% en marzo... El sector construcción está prácticamente paralizado y medios como el ‘The Wall Street Journal’ hablan ya de “aniquilación”.... Así las cosas, y cuando comienzan a lanzarse verosímiles diagnósticos pesimistas, carece de sentido debatir si son galgos o podencos, si estamos ante una crisis o una simple “desaceleración”.... Lo cierto es que hemos agotado hasta su extenuación un determinado modelo de crecimiento, de forma que estamos obligados a construir otro distinto, tarea que no es fácil y que nos ocupará varios años.
Un periódico catalán publicó ayer una iluminadora entrevista con Daniel Blanchard, quien en septiembre se convertirá en nuevo economista jefe del Fondo Monetario Internacional. Este experto, desde 1982 profesor de macroeconomía en el legendario Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), que ha participado en los actos del cincuentenario del Cercle d’Economia de Cataluña, insiste en el análisis pesimista y ya conocido de la situación: nuestro país, que ha basado su crecimiento en la demanda interna, básicamente la construcción y el consumo, debe buscarlo ahora en otra parte. Blanchard reconoce que el Gobierno puede implementar una solución a corto plazo, basada en aumentar el gasto, y ello ayudará a mitigar la mala coyuntura un par de años. Pero a medio y largo plazo, el camino pasa inexorablemente por aumentar la demanda exterior, lo que representa alcanzar la competitividad que habrá de ser fruto de la consecución de mayores cotas de productividad. “Durante todo este largo período de crecimiento rápido –dice Blanchard- España ha perdido competitividad. No se ha producido un crecimiento de productividad y el crecimiento de los salarios ha sido superior a ésta”. En consecuencia, la receta es clara y nada sorprendente: “restablecer la competitividad, lo que puede obtenerse con reformas estructurales, que es lo que hay que hacer, o mediante una ralentización del crecimiento de los salarios. Alemania ya hizo ambas cosas entre 1994 y 2004. Un periodo de diez años durante el cual hubo reestructuración y un crecimiento salarial muy lento...”. También cita Blanchard el caso fallido de Portugal, que lleva seis años en esta misma senda, aunque sin resultados apreciables todavía. El mensaje no puede ser más claro: hay que aplicar una dura cirugía económica, que puede requerir varios años de doloroso ajuste.
El lector interesado debería leer íntegra esta jugosa entrevista, pero sus líneas maestras son suficientes para sacar algunas conclusiones: la principal, que las medidas coyunturales que puedan adoptarse paliarán momentáneamente el problema pero no remediarán la crisis de fondo, que requiere las mencionadas medidas estructurales, que han de ser muy complejas y deben estar encabezadas por un hercúleo esfuerzo en la mejora del sistema educativo y en la inversión en I+D+i. Evidentemente, ninguna de estas actuaciones rendirá frutos inmediatos, pero sin ellas toda la propuesta de cambio carecería de fundamentos.
De este planteamiento se desprenden dos corolarios: en primer lugar, el Gobierno, que ha de adoptar las medidas inminentes para paliar la crisis, tiene también que plantear cuanto antes un ambicioso proyecto de transformación económica de gran calado y extraordinario alcance que cumpla el objetivo marcado de conquistar cada vez mayor nivel de productividad. Los trabajadores, por su parte, habrán de mantener la moderación salarial de que han hecho gala hasta ahora, en el bien entendido de que sólo podrán mejorar su posición si participan ellos también en el objetivo de incrementar la productividad.

En segundo lugar, parece evidente que este designio modernizador –el cambio de modelo es en realidad una progresión hacia la modernidad tecnológica- debe ser compartido por los dos grandes partidos. El PP, en fin, debe controlar estrictamente al Gobierno en la gestión de la crisis, como es natural, pero debería ser convocado y prestarse a colaborar en el diseño y la puesta en marcha de las reformas estructurales necesarias. A fin de cuentas, esta corresponsabilidad entre los dos grandes partidos ha sido la que ha logrado en Alemania el ‘milagro’ de la recuperación, que el propio Blanchard elogia en su entrevista. En este empeño necesario y urgente, no ha de haber más ideología que la de la eficacia.