La democracia incoherente
04/12/2012 - 00:00
Las democracias de hoy están llenas de contradicciones e incoherencias. El discurso político es una pura falsedad y falsificación pura de la realidad. Cuando la población busca una prueba de veracidad en los mensajes, en las promesas, en los programas, se encuentra con que una cosa es lo que piensan y otra lo que dicen. Y una cosa es lo que dicen y otra lo que hacen. Y terminamos por reconocer que la democracia es el menos incoherente de todos los sistemas. ¿Cómo es posible que gobiernos autoproclamados marxistas y socialistas practiquen una política y una gestión económica de auténtico corte capitalista? Es que dicen algunos- existe una democracia de iniciación que no ha llegado a su madurez. Por otra parte, ¿cómo se denominan democráticos a aquellos partidos y gobernantes que realizan verdaderas prácticas totalitarias? No ha cambiado nada en nuestro mundo moderno a pesar de las sucesivas revoluciones del pensamiento de las que se apropian algunos profesionales del descontento y expertos en el engaño.
Por ello, la democracia se convierte en un problema, en una necesidad moral y en un proceso de credibilidad. Estas son las bases de toda política aunque muchos de nuestros dirigentes sólo crean en la estrategia para la determinación de la conducta de masas. Cuando se habla de utopías revolucionarias, el engaño comienza mucho antes. Después viene la oferta de alternativas teóricas y el pueblo cree en ellas hasta que se decepciona. Entonces se les convoca a la cruda realidad para decirles que no es la teoría la que ha fallado sino la pertinaz realidad de un mundo, de unas circunstancias, de unas estructuras que no se pueden cambiar.
El pueblo tiene que hacer uso de la resignación pero tiene memoria. En política, el mentir pasa pero el haber mentido no pasa. No hay comprensión para aquellos que han jugado con los sentimientos de un pueblo, especulado con sus intereses o se han aprovechado de falsas expectativas. Pero descendamos del cielo de la teoría a la tierra de la realidad y pasemos de la comprensión a la indignación. Estamos en una fase de depresión colectiva y democrática. La cultura del testimonio está hoy pasada de moda y sin embargo, los ciudadanos, en su condición de agentes y responsables de la credibilidad social, buscan en sus gobernantes una sinceridad en el discurso y una ejemplaridad en la conducta que les facilite la comprensión de sus problemas Y no la encuentran. Sobre todo los seguidores de la socialdemacracia o de la nueva izquierda. Acusar de incoherencia, de egoísmo y de explotación al capitalismo forma parte de la crítica teórica más elemental. Para ellos, ética y capitalismo son excluyentes.
Pero ¿hay ética en los dirigentes socialistas de toda Europa? Su comportamiento es demagogia e incongruencia pura. Se proclaman defensores de los pobres y desheredados pero viven como auténticos ricos. Palacios suntuosos, comitiva de servidores, ejército de asesores, sueldos y remuneraciones desorbitadas, agasajos e invitaciones, primeros puestos, gastos y derroches ilimitados, comodidades y satisfacciones en abundancia. Y mientras tanto, el pueblo esperando las migajas que caigan de las mesas de los ricos. Critican el capitalismo de la propiedad privada y ellos viven del capitalismo de Estado gastando de lo público. Legislan contra la enseñanza privada y llevan a sus hijos a los colegios de élite. Odian a la clase alta pero aman y copian sus costumbres y estilo de vida. Hay que ver qué ricos son los que representan a los pobres. Hay que ver qué bien viven los que dicen defender a los que viven mal. Así no se puede creer en la democracia que adolece de falta de cohesión, sinceridad y testimonio.