La ejemplaridad como condición
16/01/2011 - 00:00
En el discurso del presidente del Gobierno faltan muchas explicaciones y algunos compromisos. Es recurrente citar a Winston Churchill y su famoso "sangre, sudor y lagrimas" pidiendo a los ingleses el sacrificio de sus propios hijos. Una guerra es mucho más que una crisis; pero en los dos casos la exigencia de inmolaciones tiene que tener dos condiciones: sacrificios para todos y premio final de salir del túnel. Ghurchill prometió que ganaría la guerra, cayeron soldados de todas las clases sociales y las penurias fueron proporcionales. Y el país entero le siguió.
José Luis Rodríguez Zapatero no ha tenido el coraje de dirigirse, mirando de frente a la cámara, para explicar su cambio de posición en todos los temas socioeconómicos y para pedir ese sacrificio, comprometerse a exigírselo también a los poderosos y juramentarse con dedicar el resto de su vida, si fuera necesario, para que los trabajadores y las gentes comunes recuperen el terreno que ahora están perdiendo en sus derechos.
Y para ello tiene que existir un compromiso ético y una responsabilidad social de quienes más tienen. No se puede estar todo el día apretando las tuercas de los salarios y las pensiones, abaratando el despido y prolongando las jornadas de trabajo por el mismo sueldo mientras en la cúspide de la pirámide social la fiesta no termina nunca.
Si el PSOE quiere recuperar crédito tiene que tirarse a la piscina de los sacrificios compartidos, empezando por ellos mismos.
Cuando se alude a que los abanicos salariales de las empresas son asuntos privados se está ocultan la esencia de la verdad. Las empresas y los empresarios tienen compromisos éticos con la sociedad. Y la política fiscal está diseñada para redistribuir la riqueza.
No puede seguir ocurriendo que los que más ganan y los que no están dispuestos a perder sus privilegios den lecciones de moral sobre lo que se tienen que ajustar los demás y que su cinturón nunca reduzca un agujero. Si queremos cambiar esta sociedad y aprovechar la crisis para compensar las desigualdades el discurso tiene que estar construido desde la ética y la esperanza.