La emoción de contar

23/06/2021 - 07:26 Araceli Martínez Esteban

“Del 28 de octubre al 3 de noviembre, los cifontinos pudieron disfrutar del Museo del Pueblo, colocado en el Ayuntamiento e inaugurado por un paisano tan insigne como insuficientemente reconocido: José Serrano Batanero”

Va a hacer una semana que terminó la última edición del Maratón de los Cuentos de Guadalajara, el evento cultural más importante de la ciudad, capaz de convocar a todos sus habitantes para sentir ese solaz que solo proporciona la narración oral.

Además, supongo que por una in- consciente asociación de ideas, me es difícil asistir al Maratón y no evocar una de las acciones culturales más queridas para mí: las Misiones Pedagógicas que se desarrollaron en la Segunda República.

Siempre he sentido una especial devoción por ese proyecto que pretendía que la educación y la cultura llegara a todos los rincones del país, favoreciendo no solo su conocimiento, sino su disfrute, pues el acceso a la instrucción, la cultura y las expresiones artísticas también constituyen un bien democrático.

Coincidiendo con la feria de 1932, una de las misiones llegó a mi añorado pueblo, Cifuentes. Lo que conozco a través de lo que nos contaron mis abuelos, corroborado por las crónicas de la prensa de entonces, es que supuso un auténtico acontecimiento social para la villa condal.

Del 28 de octubre al 3 de noviembre, las y los cifontinos pudieron disfrutar del Museo del Pueblo, colocado en el Ayuntamiento e inaugurado por un paisano tan insigne como insuficiente reconocido: José Serrano Batanero, al que dedicamos una Vindicación en marzo de este mismo año.

Hace un tiempo, en 2016 si mal no recuerdo, me topé con unas fotos de Luis Cernuda junto a su novio posando en lo alto de la cuesta del castillo de don Juan Manuel. Imagínense qué emoción. ¡El gran poeta en mi pueblo! Y encima enamorado.

Indagando sobre esta cuestión con el apoyo entusiasta de Enrique Lorente González, fuimos sabiendo más cosas sobre el paso de las Misiones Pedagógicas por nuestra provincia. Así, la primera misión en Guadalajara y la tercera de España tuvo como destino Valdepeñas de la Sierra y otros pueblitos de su entorno y estuvo encabezada por una mujer excepcional.

Esta misión transcurrió entre el 18 y el 25 de febrero del 32 y junto a la admirable Matilde Moliner (hermana menor de la más conocida María Moliner), participaron docentes ilustres y buenos, entre los que creo justo destacar al inolvidable Modesto Bargalló, profesor de la Escuela Normal de Guadalajara.

De los informes que este grupo misionero nos dejó, quisiera compartir aquel en el que se enfatiza que «la concurrencia de las mujeres a las sesiones era cada vez mayor, hasta llegar a hacerse una sesión para ellas en la que se les habló del ejercicio de sus nuevos derechos, y de la tabla de derechos del niño».

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El trato afable y amistoso de las gentes de Valdepeñas de la Sierra y alrededores, la natural curiosidad de la infancia ante el gramófono y el cine (auténticas nuevas tecnologías de la época), la colaboración de las maestras y maestros, la despedida emocionada del boticario... qué maravilla poder sentir todo ello al leer los aparentemente fríos documentos.

Tal es mi pasión por estas escuelas ambulantes que, en mi etapa como directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha, me inspiraron para poner en marcha las Misiones Pedagógicas por la Igualdad. Cada año realizábamos diversos itinerarios regionales para que a un buen número de pueblos llegara la campaña «Sin un sí es no», un programa novedoso para la prevención de la violencia sexual.

Volviendo a Matilde Moliner Ruiz, esta estudiante que pasó por la Institución Libre de Enseñanza se licenció en Historia a principios de 1925, convirtiéndose en una de las pioneras de la investigación histórica y de la docencia en Secundaria, una de sus mayores satisfacciones.

Moliner estuvo muy involucrada en las Misiones Pedagógicas; de hecho, formó parte de su Patronato, el cual lideraba el extraordinario Manuel Bartolomé Cossío. Allí fue una de las principales artífices de las Bibliotecas de esta iniciativa, cuyo coordinador era precisamente Cernuda. Al finalizar la misión, en los pueblos se dejaba una biblioteca, un gramófono y un lote de discos; en cuanto al Museo, se abría por las mañanas y después, cuando la gente volvía del campo, se organizaban actividades divulgativas en torno al mismo.

En una entrevista que le hizo El País en 1981, recuerda algo que me pone los pelos de punta según lo transcribo: «Seleccionábamos los libros que formaban la bibliotecas rurales. Era muy hermoso ver cómo gentes humildes se emocionaban con los poemas y romances que leíamos».

Ni más ni menos que la emoción de contar expresada con sencillez pero con hondura; al igual que nuestro Maratón de los Cuentos, donde la belleza y la reflexión no son para elites, sino que están al alcance de todo el mundo.