La España de puente y pandereta
27/11/2011 - 00:00
¿Seguro que los españoles nos hemos enterado ya de que el mundo está en pleno viraje hacia quién diablos sabe dónde? No lo sé; la lectura demorada de lo que está ocurriendo nos informa de que el inminente presidente del Gobierno está meditando qué hacer, a quién nombrar, cómo entrarle a Europa. Y uno se pregunta si no debería venir Mariano Rajoy ya meditado de casa, convencido desde hace meses de la enormidad y dificultad de la tarea que le espera.
No sé a qué viene ofrecer esta sensación de estar abrumado y prolongar la incertidumbre de unos españoles que, da la impresión, tampoco están por la labor de empezar a hacerle nuevos agujeros al cinturón. Claro que, cuando analizamos los resultados -o sea, ninguno- de la reunión del comité federal del PSOE que convocó un congreso para febrero en Sevilla, nos convencemos de que esto parece no tener remedio: aquí estamos, como si nada hubiera pasado, como si nada estuviera ocurriendo.
Lo confieso: yo esperaba mucho más de estos primeros días de Rajoy -¿qué menos que salir a una rueda de prensa de las de 'con preguntas' a contarnos siquiera someramente sus planes?- y muchísimo más del comité federal 'de reflexión' (¿?) del PSOE. Esperaba también muchísimo más de una España civil que pide poco, que parece empeñada en prolongar lo de siempre, negándose a mirar lo que ocurre más allá de los Pirineos, aunque sepa que, en el futuro inmediato, casi nada va a ser igual a lo que era, quizá comenzando por el propio euro.
Y ahí seguimos: pensando en qué hacer en los 'puentes' festivos que nos vienen, anticipo inmediato de las fiestas navideñas, paz y bien, luces, abetos adornados y almuerzos de jolgorio y camaradería.
Claro que nadie, y yo menos que nadie, quiere estropear el ánimo del país alegre y confiado. España cuenta, entre sus muchos atractivos, con el de ser una nación divertida, y es imprescindible que siga siéndolo. Pero tengo la sensación de que no estamos siendo plenamente conscientes de los cambios que nos vienen.
Alguien, cercano al palacio de La Zarzuela, me comentaba, y solamente a modo de ejemplo lo cito, los problemas que el mismísimo Rey va a encontrar este año para enhebrar su tradicional mensaje navideño, en el que ya ha comenzado, me dicen, a pensar y que ahora no podrá ser tan tradicional ni tan repetitivo. Porque en 2011 han ocurrido muchas cosas.
Y más que van a ocurrir, presumiblemente, en 2012.
Y conste que no todas esas cosas tienen por qué ser malas: de las crisis se sale con imaginación, con valor, con esfuerzo, con el pragmatismo de saber que la realidad es tozuda, y... con sacrificios. Mariano Rajoy tiene, en mi opinión, que comparecer esta misma semana ante los medios, o ante el foro que elija, y ofrecer un programa real de actuación a unos españoles que no se lo exigieron a la hora de votarle. A esos españoles, a nosotros, que, también hay que reconocerlo, nos aferramos al país de 'puentes' y pandereta del que se dolía Machado. Y el cambio no afecta solamente al rostro que ocupe el despacho de La Moncloa: me temo, señores, que el cambio también somos todos y cada uno de nosotros.
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De ahí el asombro por esta decisión fuera de plazo para salvar la honorabilidad de un banquero que, por su nivel salarial, es el quinto del mundo y que con esta medida de gracia podrá seguir al frente de la entidad y cobrando tan suculentos emolumentos. Más que una medida de gracia es un favor impagable a alguien que no parece necesitarlo para vivir.
A escasas semanas de dejar el poder ante el ansia por utilizar esta medida de gracia seguro que en los centros penitenciarios el ministerio de Justicia habría encontrado algún condenado que había cometido el delito empujado por unas necesidades económicas que el Sr. Sáenz no podría ni siquiera sospechar.
El banquero acusó falsamente a unos acreedores de Banesto siendo presidente de la entidad, por eso la asociación de Jueces para la Democracia, disconforme con el indulto, alega que al no haber explicación por parte del Gobierno sobre las razones para el indulto este comporta una cierta arbitrariedad.
No estaba condenado a una larga condena, solo a tres meses de arresto, pero llevaba aparejado la inhabilitación para ejercer y ahí estaba el meollo de la cuestión. Y también la cuestión ética. ¿Puede presidir una de las principales entidades bancarias de este país, en medio de la crisis financiera que atraviesa la eurozona, alguien que es capaz de lanzar falsas acusaciones?
Otra explicación, no menos atinada e inquietante, es la de que este indulto es el último favor de Rodríguez Zapatero a Botín que ha sido, durante las dos legislaturas, su banquero de cabecera frente a Francisco González, presidente del BBVA, vetado en Moncloa por viejos rencores de Miguel Sebastián.