La España que se va a encontrar el Papa
Por un azar de la vida, pasé buena parte de la mañana de este domingo en el cementerio de una provincia española. Un severo atasco de tráfico permitía ya suponer que la afluencia de gente que llevaba flores y recuerdos a sus seres queridos fallecidos iba a ser abundante. Y lo era. Reconozco que, siendo habitualmente ajeno a las conmemoraciones de estas jornadas dedicadas, según la tradición cristiana, al recuerdo de los fieles difuntos, quedé sorprendido por la cantidad de hombres, mujeres y niños que acudían al camposanto. ¿Es esta la España apegada a las costumbres religiosas que encontrará el Papa cuando, dentro de pocos días, nos visite? Si... y no, supongo.
Sabemos que la jerarquía católica no es precisamente entusiasta de esa fiesta pagana que convive con la jornada dedicada a nuestros santos difuntos. Me refiero, claro está, a Halloween, tan bien acogida por nuestros jóvenes, deseosos siempre de adoptar las costumbres anglosajonas. Y entre el Día de Todos los Santos y las calabazas vacías de Halloween bascula esta España que no ha dejado de ser católica, contra lo que proclamó y quiso Azaña, pero que, sin duda, ha dejado de ser la reserva espiritual de Occidente, como gritaba el franquismo. Esa España, basculante entre la fe tradicional y el laicismo oficioso, es la que acogerá a Benedicto XVI.
Ni rasgarse las vestiduras ante el entusiasmo con el que la Iglesia oficial acoge al Pontífice, ni adoptar una posición falsamente desdeñosa ante la visita: a Zapatero le conviene la fotografía con ese Ratzinger que, sin duda, siente muy poca simpatía por la mayoría de los postulados que sustenta el Gobierno español. Por eso, el Gobierno extremará la cortesía, una cortesía distante, ante el viaje a España de un jefe de Estado que es mucho más amigo 'natural' de la oposición -aunque la oposición española tampoco haga, salvo excepciones, demasiados alardes de fervor religioso_que de los socialistas. Por eso mismo, el Gobierno rodeará de un aura de 'normalidad', sin tirar la casa por la ventana, esta visita. Nada de alharacas.
Y eso que Zapatero ha situado en el Ministerio de la Presidencia a un hombre con fama de dialogante y de escasamente, o nada, hostil a la jerarquía católica. Si María Teresa Fernández de la Vega se llevó bien con esta jerarquía, según reconoció el propio monseñor Rouco, Rubalcaba no le va a ir a la zaga. Será, en todo caso, interesante, acaso lo más interesante de esta primera semana de noviembre, contemplar el ceremonial con el que el nuevo-viejo equipo de Zapatero acoge a un huésped que no llega precisamente invitado por el Ejecutivo. Como será interesante saber en quién está pensando ZP como nuevo embajador en El Vaticano, cuando sustituya al actual, Francisco Vázquez, que suena cada vez más como nuevo defensor del pueblo. Puede que tengamos noticias interesantes en las próximas semanas, o incluso en los próximos días.
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