La España vacía
Al escritor aragonés Sergio del Molino le pierde el amor al campo y le subleva el desprecio y la diáspora rural.
El escritor aragonés Sergio del Molino, casi paisano, le pierde el amor al campo y le subleva el desprecio y la diáspora rural, sobre todo entre los años 50 y 70, que han dificultado su falta de comprensión. “En Molina de Aragón sí que sabéis de eso, allí sí que el título es real”, asegura mientras me dedica su admirable ensayo “La España vacía”. Es una obra muy emocionante sobre las raíces de un desequilibrio que hace tanto daño a la ciudad como al campo. Y que cada lector puede “escribir” evocando su propio origen y situación actual.
Nuestra comarca encabeza esa España marginada, con 4.308 km2 para 7.930 habitantes oficiales en 128 pueblos. Una densidad como la del polo norte. Y esa España secular que “no va poder salir de ninguna forma de la pobreza”. Del Molino ve la desaparición de pueblos, como el de sus antepasados (Bubierca, Zaragoza), como “un fenómeno irreversible”. “No me extraña -comenta- que en tu pueblo, Labros, solo queden cuatro o cinco personas”.
Sergio atribuye parte de la responsabilidad de esta progresiva eliminación a los políticos, también los actuales, por “haber seguido la inercia franquista” del olvido del mundo rural. Observa que se han creado neocaciques con un discurso de exaltación, pero con políticas agrarias basadas en fondos europeos. Y eso tarde o temprano, se acaba. “El problema del campo –remacha- es que no tiene visibilidad política, son totalmente ignorados, y además no han podido contar su historia porque otros lo han hecho por ellos. Eso es lo que les escama”.
Fascinado por la singularidad demográfica de España, con la población concentrada en la costa y en pocos puntos, Del Molino incluye en su viaje a Bécquer, Unamuno, Llamazares, Labordeta… Y sobre todo a Delibes, sin duda el gran narrador de la España vacía, el gran testigo del éxodo y quien más finamente exploró las implicaciones sociales y sentimentales de la extinción rural. No se puede entender el desarrollo urbano sin el sacrificio rural, viene a decirnos. También previene a quienes viven en sociedades urbanas e idealizan la vida rural como una arcadia: “No están preparados para estos ritmos. Idealizarlo es tan malo como quedarte con el tópico del paleto. Esconde un estereotipo y es una forma de desconocimiento”. No hay vuelta atrás.