La fascinación de lo desconocido

17/03/2011 - 00:00 Luis del Val

   Tenemos muy altas probabilidades de morir de un cáncer o de un infarto, pero estos días andamos muy preocupados por saber si falleceremos a consecuencia de una indigestión de isótopos radiactivos. Lo desconocido ejerce una tremenda sugestión, porque la ignorancia nos incita a la especulación fantástica. Podemos soñar con el amor, pero también provoca ensoñaciones la muerte. De la misma manera que la princesa del cuento, al enterarse de que el coito estaba también al alcance de los súbditos, perdió afición por la sexualidad, un buen infarto de miocardio o un cáncer de colon apenas despiertan nuestro interés, porque están al alcance de cualquier empadronado.
  Cada año mueren decenas de miles de personas a consecuencia de accidentes automovilísticos, en el primer mundo, o a causa del hambre, en el tercero, pero no hay nada como un accidente nuclear para que el instinto de conservación colectivo se ponga en alerta roja. Una partícula radiactiva tarda 11.000 años en perder su radiación, demasiado tiempo para verlo, así que las partículas escapadas de Japón, quedarán por la atmósfera, mucho después de que nosotros hayamos desaparecido por culpa de una cirrosis, de un Alzheimer, de un cáncer de próstata o de un accidente en una carretera. Desde luego, es muy probable que el mundo salte por los aires, después de que unos técnicos altamente cualificados hayan afirmado con énfasis que eso es imposible.
   Los diagnósticos se dividen en certeros y equivocados, y es imposible distinguir unos de otros, antes de que el error se muestre con toda su virulencia. De momento, más de 15.000 personas han muerto, no por la radiactividad, sino por un terremoto y un tsunami. Son muchos cadáveres, mucho luto y muchas familias afectadas, pero la posibilidad de que un feto de hoy salga el día de mañana con una mutación nos tiene seducidos. Está claro que desde el siglo XII hasta mediados del XX no hubo problemas de radiación nuclear, pero había terremotos, tsunamis, epidemias y unas hambrunas en las que morían una de cada diez personas. Y quizás la gente no sentía pánico porque era algo tan conocido como la guerr