La fortaleza mayor de Calatrava


Lectura de patrimonio, paseo por la singularidad patrimonial de nuestra región, memoria palpitante de nuestra historia: eso es lo que encuentra el viajero que se aventure a subir a lo alto del Cerro de la Nueva Calatrava, junto a la villa de Calzada de Calatrava, en Ciudad Real. líneas próximas.

En un valle amplio que dará sus aguas al Jándula, a escasas leguas al sur de Almagro, se encuentran, casi frente a frente, cada cual en uno de los márgenes de la arroyada, los legendarios castillos manchegos de Salvatierra y de Calatrava. La historia del primero está íntimamente ligada al segundo, y éste al de Calatrava la Vieja, el origen de esta sublime historia de caballeros y cruzadas que aquí, en tierras de la Mancha ciudarealeña, tuvo su inicio y su declive.

La primitiva fortaleza de la antigua Calatrava, sobre la línea del Guadiana, sirvió de cabeza de puente a los almorávides para combatir continuamente al nuevo reino cristiano de Toledo. En ocasiones las razzias musulmanas alcanzaron enclaves importantes del reino cristiano de Toledo. Debido a ellas, la reacción de Alfonso VII se hizo contundente, y tras una campaña perseverante y bien calculada, que alcanzó a conquistar Córdoba en 1146, aunque por pocos meses, llevó a la definitiva toma de Calatrava en 1147. A partir de ese momento, se fortificó el lugar, transformando en iglesias sus mezquitas, y siendo entregada la capital posición por Alfonso VII a la Orden del Temple.

Pero la suerte de Calatrava no permaneció segura por mucho tiempo. Sabiendo el mundo árabe lo que esa posición estratégica sobre el foso del Guadiana significaba para el control de las comunicaciones en el centro de la península, batallaron sobre ella los almohades, amenazándola en 1157 de tal manera que los templarios acudieron a pedir ayuda a Toledo, al rey Sancho III. Allí se fraguó el nacimiento de una nueva Orden militar, netamente española, al mandado de Raimundo de Fitero y Diego de Velázquez, quienes enseguida secundados por numerosos caballeros castellanos, formaron la Orden que recibió del monarca, como primera donación, la fortaleza de Calatrava, tomando de ella su tradicional nombre. Era el año 1158. La defensa de la villa y castillo calatravo fue efectiva durante algunos años, pero tras la derrota de Alfonso VIII en Alarcos, en 1195, Calatrava fue abandonada por los cristianos.

Aspecto general de la fortaleza de Calatrava la Nueva

Tres años después, en 1198, los caballeros calatravos, en un golpe de mano heroico, conquistaban el castillo de Salvatierra, una fuerte posición almohade. Su defensa, también heroica, se mantuvo unos años, hasta 1211, en que la sitió, con un poderoso ejército, el califa almohade Muhammad ben Ya’qub al  Nasir, quien finalmente obligó a los calatravos a rendirse, trasladando los supervivientes su núcleo vital y la sede maestral al castillo de Zorita de los Canes, sobre el Tajo.

Ese empuje almohade fue la chispa que llevó a Alfonso VIII a decidir la revancha definitiva. Coaligados todos los reinos cristianos peninsulares, con el apoyo del Papado y los ejércitos de muchos otros estados europeos, un ejército imparable penetró desde Toledo, por la Mancha, tomando todas las plazas que encontraban a su paso, y presentando finalmente la gran batalla al ejército almohade, un 16 de julio de 1212, en las Navas de Tolosa, en las vertientes meridionales de Sierra Morena. El triunfo de las armas cristianas selló definitivamente el dominio de Castilla sobre los territorios manchegos.

 

Todavía el recinto de Calatrava la Vieja fue de nuevo pertrechado y protegido por el rey y el arzobispo toledano Rodrigo Ximénez de Rada. Pero lo insano del lugar, entre aguas y lagunas de lento cauce, y la pérdida de la importancia estratégica de la zona, hizo que en 1217 se decidiera, entre el rey y el maestre de la Orden, situar en un nuevo emplazamiento la casa matriz calatrava.

Para ello se eligió el valle donde ya se encontraba el antiguo castro de Salvatierra, vigilando un paso muy frecuentado hacia Andalucía. Sobre las mínimas ruinas de un antiguo castillo, y en muy poco tiempo, se inició en 1217 la construcción de la gran alcazaba de Calatrava la Nueva, en la que muy pronto pasaron a residir los maestres y gran número de caballeros, que desde esta atalaya manchega gobernaban sus estados cada vez más numerosos y densos. Aquí se continuaron celebrando los Capítulos generales de la Orden, e incluso los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II pasaron algunas temporadas alojados entre sus muros.

Grabado antiguo de la fortaleza de Calatrava la Nueva.

Del tiempo de Alfonso XI es el traslado de la sede de la Orden de Calatrava a la ciudad de Almagro, donde pusieron su capitalidad real, mientras que el Sacro Convento, fortaleza representativa e impresionante, fue su sede oficial, el emblema de sus antiguas tradiciones.

En los siglos modernos, el castillo del Sacro Convento fue uno de los lugares hispánicos donde con más densidad se podían admirar las reliquias de un pasado glorioso: en los palacios, los salones, el templo, los aposentos y recintos varios de la fortaleza, aparecían un sinfín de joyas del arte medieval, sepulcros de maestres, pergaminos, muebles y obras de arte que debían ofrecer un espectáculo inigualable.

Todo ello se abandonó a comienzos del siglo XIX. Los frailes calatravos, trasladados a Almagro hacía tiempo, seguían cuidando la fortaleza. Pero en 1826, y dados los tiempos que corrían, decidieron no solo abandonarla por completo, sino destruirla sistemáticamente, al parecer con la explicación de evitar que fuera ocupada por otros. 

Estas ruinas han sido restauradas progresivamente a lo largo del pasado siglo. Fueron declaradas monumento nacional en 1854, y a partir de 1927, a instancias del Obispo Narciso de Estenaga y Echevarría, fueron recibiendo ayudas y restauraciones de las que ha sido la más reciente la que el arquitecto Miguel Fisac ha realizado en ellas.

Visita al Castillo de Calatrava la Nueva

Gracias a la restauración que en los últimos años se ha estado realizando por parte de la Diputación Provincial de Ciudad Real y Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, lo que durante el último siglo fueron “evocadoras y románticas ruinas del Sacro Convento de Calatrava”, están comenzando a ofrecer un poder mayor de expresividad, pues se han rescatado muchas piezas y salas a medio derruir, organizando su interior conforme a un plan acorde con su pasada función, ofreciendo al visitante de hoy algo realmente hermoso y aleccionador.

Se levanta la homogénea fortaleza de Calatrava sobre un monte de suaves pendientes, de cortados niveles rocosos, estando constituido el castillo por tres recintos muy bien definidos. El más externo es un ámbito amplio, totalmente rodeado de muros firmes, a trechos salpicados por cubos de refuerzo. Hoy es fácil subir hasta su altura en automóvil, por un bien cuidado camino asfaltado.

El ingreso principal lo tiene en la llamada Puerta del Hierro, formada por fuertes cubos y un largo pasadizo. El interior de ese recinto primero consiste en un espacio muy extenso, totalmente vacío, y en cuesta. Un camino o rampa va ascendiendo suavemente por él, hasta llegar al segundo nivel, el mural del castillo, en el que ya se encuentran algunos de los elementos más interesantes. Está formado ese segundo recinto por muros más altos y fuertes que el anterior, con cuatro torreones en sus esquinas. Allá se encuentra el gran templo de los calatravos, edificio sumamente interesante, pues está construido en un estilo que podría definirse como pulcramente cisterciense.

Grabado antiguo de la fortaleza de Calatrava la Nueva.

La iglesia del castillo de Calatrava es bastante grande, compuesta por tres naves separadas de firmes pilares, y cubiertas de bóvedas de crucería, con sendos ábsides en la cabecera, de planta semicircular, y levemente iluminados por ventanas que parecen saeteras, por lo delgadas. Está construida a base de piedra y ladrillo, y en la portada que se abre a los pies llama la atención la puerta de acceso, de arquería apuntada en degradación, con decoración de arquillos y elementos simples geométricos, sumada de un enorme rosetón circular al que le faltan las columnillas que, en un estilo puramente medieval, y con unas dimensiones evidentemente desproporcionadas, adornaba y daba luz al interior.

Más centrado todavía existe lo que podría considerarse como tercero y más íntimo recinto: el castillo calatravo propiamente dicho. En él estaba la Torre del Homenaje, y las habitaciones, salones y dependencias propias del Maestre de la Orden, en un apartamiento y defensa verdaderamente rituales. Allí se guardaban las riquezas, los documentos y archivos, los sellos, etc., que el viajero de hoy puede evocar al discurrir por sus enrevesados laberintos de estancias y pasillos.