La gran tramoya

22/04/2016 - 19:35 Emilio Fernández Galiano

A mí me da que asistimos a una gran tramoya, a un espectáculo artificial y ficticio que solo busca engañar al espectador, desvirtuar y distorsionar la realidad de las cosas, por afectadas que estén. 

El nuevo “Honorable”, Puigdemont, ha visitado a Mariano Rajoy en la Moncloa. El presidente del Gobierno le ha regalado al “president” un ejemplar del Quijote. No estaría de más que el titular de la Generalitat, sin caer en la tentación de adjudicarse el nacimiento de Cervantes en tierra de su particular imperio –algún descerebrado así lo ha hecho- , que se entretuviera en la lectura de la obra y, por un casual, se fijara en el pasaje donde Alonso Quijano comparte son su inseparable Sancho: “El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos”.
    Ahora que celebramos el cuarto centenario del fallecimiento de Cervantes, es menester no olvidar su proverbial concepto vital y sujetarnos los machos para afrontar los inminentes vientos generados por unos molinos que más que gigantes, parecen tornados. Por cierto, qué íntimamente ligado está el español al mundo de los toros, pues atarse los machos –lazo que aprieta la taleguilla del traje de luces a la altura de la pantorrilla- es uno de los últimos gestos que hace el torero para salir al ruedo y enfrentarse al toro y a su propio destino –el de ambos-. 
    Y es que, efectivamente, hace falta valor y atarse los machos para salir cada mañana al ruedo ibérico. Los políticos salen a un escenario en el que son conscientes de su mera interpretación, cumplen un papel que ni ellos mismos se creen mientras en sus respectivas filas nacen como setas nuevos casos de corrupción. Los periodistas que les denuncian se tiran a la yugular de los singulares protagonistas sin atender al rigor ni a la prudencia propias de su oficio. La policía y guardia civil parecen instrumentos de maquiavélicas cazas de brujas, generando  pesquisas y aportando a los tribunales, alborotadamente, presuntas pruebas y conjeturas que en muchas ocasiones generan confusión o no son contrastadas. La Agencia Tributaria, inopinadamente, cambia de criterio y sin previo aviso emprende paralelas al sorprendido contribuyente. Los jueces, junto a la falta de medios,  a veces están más preocupados por la transcendencia mediática de sus decisiones que por la discreción de las mismas. Y ante un registro o una detención llegan antes las cámaras de televisión que la notificación al investigado. Todo esto es un sinsentido, un contradiós, una ilógica irracional y decadente, un engendro mutado, un desorden palmario y una locura social en la que ni el mismo don Quijote sucumbió. 
    A mí me da que asistimos a una gran tramoya, a un espectáculo artificial y ficticio que sólo busca engañar al espectador, desvirtuar y distorsionar la realidad de las cosas, por afectadas que estén. No seré yo quien reste importancia a la gravedad de una corrupción que, si no generalizada, por su abundancia parece ser general, cuando no es así. Pero ni se puede ni se debe hacer tabla rasa por la que todos los políticos son presuntamente corruptos. La presunción se ha invertido y ahora parece que hay que demostrar la inocencia más que se demuestre la culpabilidad. De ahí a la quiebra de la seguridad jurídica, principio basal de cualquier Estado de Derecho, hay un paso. Todos parecemos infractores de tráfico, todos parecemos defraudadores de Hacienda, todos parecemos, al fin y al cabo, delincuentes. Cada uno, en sus pequeñas parcelas de actuación del día a día, será responsable de sus actos, pero antes de ser sentenciado debe ser juzgado para que se demuestre en su caso su culpabilidad. Sin embargo, en esta gran chirigota, lo primero es la condena, mediática y popular, y luego, el olvido. O, retomando de nuevo la sabiduría cervantina: “La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde”.
    El panorama actual es de un histrionismo que altera cualquier ánimo, por templado que sea. Hace falta recuperar la calma, el diálogo, la serenidad, la altura de miras en lugar de mirarse el ombligo. Todos se mueven a corto plazo por sus propios intereses sin pensar en el bien común. Falta, en suma, la concordia que los políticos de la Transición desplegaron con generosidad.
    Recientemente, han puesto unos enormes anteojos a uno de los leones del Congreso de los Diputados para conmemorar a Cervantes y que parezca que el monumental felino está leyendo el Quijote. Es curioso que con tan original gesto, don Miguel haya impartido su última lección, convirtiendo al palacio de la soberanía nacional en un figurante más de la gran tramoya.