La mendicidad del pasado

31/01/2011 - 00:00 Rafael Torres

El alcalde de la ciudad de Chittagong, en el sur de Bangladesh, ha discurrido una fórmula infalible para acabar con la mendicidad callejera: pagar un sueldo a los mendigos. Algo parecido ideó José Luis Rodríguez Zapatero para combatir el paro cuando se convenció a regañadientes de que lo mismo nos afectaba un poco la crisis económica, el llamado Plan E o Plan Ñ, pero entre lo que cuestan los carteles propagandísticos de la cosa y la tosquedad planificadora de los ayuntamientos gestores, el plan no ha funcionado como su creador esperaba y hasta él ha visto que lo que necesitan los parados es un trabajo, y no un entretenimiento. Los mendigos de Chittagong, en cambio, son otra cosa, y se conforman con el sueldo que se propone darles el alcalde para que se abstengan de mendigar durante la celebración del Campeonato Mundial de Cricket: 150 takas diarios. Teniendo en cuenta que los ingresos medios de un mendigo de Bangladesh giran en torno a los 100 takas al día, los muchos menesterosos de la ciudad han aceptado el estipendio, pero ninguno de ellos se engaña respecto a su futuro, marcado por la circunstancia de que esos takas son sólo la garantía del hambre de mañana o de cuando quiera que acabe la movida del cricket. La limosna, ciertamente, hace al mendigo, así como la caridad se machihembra con la injusticia. El Plan E, o Ñ, o sea, el Plan Zapatero, acaso se proponía dar trabajo al que no lo tiene, pero es indudable que se lo propuso mal: sólo resucitó, a lo bestia, la figura del jornalero. Y al concluir las obras de las pistas de pádel, de la colocación de farolas modernas o de la fuente con chorrito, el parado circunstancial que se había ilusionado con la recuperación de su lugar en el mundo, comprendió, al quedar vacante de nuevo, que lo suyo ya no era circunstancial, sino crónico. El alcalde de Chittagong, que se ve que tiene las perras que a los mendigos les faltan, se los va a quitar momentáneamente de encima con un sueldo. A los cinco millones de trabajadores españoles sin trabajo, por lo visto, ni esa infame caridad, llámese Plan E o Ñ, les consuela.