La monja guerrera de Zorita
¿Cómo podemos saber que esta mujer era una monja guerrera? Conoce la historia.
La Edad Media es una época apasionante, sobre todo en los primeros siglos tras la conquista musulmana. La ausencia de fuentes escritas provoca que, muchas veces, solo nos queden las leyendas y las conjeturas para explicar cosas que pasaron, y eso hace que sea un periodo confuso y sujeto a interpretaciones. Un momento de nuestra historia en el que no paramos de encontrarnos sorpresas, de esas que nos gustan a los historiadores. A esto hay que añadirle que la provincia de Guadalajara es un escenario perfecto para este tipo de leyendas y rumores, pues fuimos una tierra de frontera entre musulmanes y cristianos entre los siglos X y XIII. Un mundo, el fronterizo, en el que nada estaba establecido, y donde todo era cambiante y ambiguo. Donde ser rico o pobre, hombre o mujer, musulmán o cristiano, era lo de menos. Donde lo importante era sobrevivir a toda costa. En ese escenario es donde podían pasar las cosas más inverosímiles, como la historia que vamos a contar en esta ocasión.
Una de las señas de identidad de nuestra Edad Media fue, sin duda alguna, la existencia de las órdenes militares. Ya se sabe: grupos de hombres, medio monjes medio guerreros, dedicados a un solo objetivo, el de defender la fe cristiana con las armas. Muchas de estas órdenes le serán familiares al lector: la de los templarios, la de los hospitalarios…generalmente asociadas con las cruzadas en Tierra Santa, y la protección de los Santos Lugares. Pero en la península ibérica también florecieron, pues aquí se libraba un combate similar al de los cruzados. Es así como aparecen las órdenes de Santiago, de Alcántara, de San Juan y, la que más nos interesa para nuestra historia: la de Calatrava.
Alcazaba de Zorita.
Los caballeros de estas órdenes dedicaban su vida a la defensa del reino frente a los musulmanes, por lo que los reyes les otorgaron extensos territorios con sus aldeas y castillos para que los protegieran, sobre todo en las tierras de La Mancha, pero también en algunos enclaves de la Alcarria. Aquellos que quisieran formar parte de estas órdenes debían aceptar llevar una vida casi de monje, pues se comprometían a los votos de pobreza, castidad y obediencia. Igual que los religiosos de los monasterios, pero armados hasta los dientes y listos para entrar siempre en batalla.
Decíamos que nos interesa la orden de Calatrava porque nuestra historia nos lleva a Zorita, señorío de los caballeros calatravos, y sede de una de sus principales fortalezas, la de Zorita de los Canes, que controlaba el paso del río Tajo. Allí, los investigadores de la Universidad Rovira i Vigili, y el Instituto Max Planck se dedicaron en 2024 a ver lo que había en el cementerio del castillo. Inicialmente el trabajo iba a ser algo rutinario. Ya se sabe, un cementerio de caballeros debería estar compuesto por esqueletos de rudos señores plagados de heridas de guerra. Se trataba simplemente de conocer algo más acerca de su dieta. Pero la Edad Media no deja de sorprendernos, y entre los caballeros varones los investigadores encontraron algo que no se esperaban: los restos de una mujer guerrera, que habría pertenecido a la orden de Calatrava.
¿Cómo podemos saber que esta mujer era una monja guerrera? Bien, tenemos pistas suficientes como para asegurarlo: en el cementerio del castillo de Zorita se hallaron 24 tumbas de caballeros calatravos, colocados en fila, de manera cuidadosa. Todos ellos presentaban síntomas de haber muerto de manera violenta, muy probablemente en combate. Y todos ellos, por supuesto, eran varones. Todos menos uno: una mujer de unos cuarenta años de edad y pequeña estatura, enterrada entre ellos, con los mismos honores, y con las mismas marcas de muerte violenta. El lector quizás esté pensando que aquella mujer podría haber sido alguna familiar, o quizá una víctima inocente de algún episodio violento, como las damiselas de las películas antiguas, enterrada allí por un acto de piedad. Pero el análisis de sus restos nos ha confirmado una cosa: los desgastes de sus huesos eran muy parecidos a los de los demás esqueletos del cementerio. Es decir, durante su vida se había dedicado a lo mismo que los demás: a entrenar para el combate. En efecto, podemos ver en sus articulaciones los desgastes propios de haber estado años practicando con una espada. Aquella mujer no era una víctima o una familiar. Era una guerrera, igual que todos los demás. Es más, las heridas que mostraban sus restos no daban muestra de haber sanado de ninguna manera. O dicho de otro modo, fueron las que la mataron. Y eran heridas compatibles con alguien que ha luchado con armadura, igual que sus compañeros varones. Pensemos que poseer una espada y una armadura en aquella época era algo solo al alcance de soldados profesionales de cierto estatus.
Alcazaba de Zorita.
La única diferencia entre nuestra monja guerrera y el resto de sus compañeros parece haber sido la dieta. Es decir, que si los restos de los caballeros de Calatrava mostraban haber seguido una dieta rica en proteínas, habitual de personas de posición económica acomodada, la de la mujer parece haber sido más propia de una persona de origen social más humilde ¿estaríamos por tanto hablando de una sirvienta a la que se le dio la oportunidad de mostrar su valentía? Ciertamente no, pues los trabajos de los sirvientes dejan otro tipo de desgaste en los huesos, diferente al del ejercicio de las armas ¿acaso por ser mujer los demás caballeros la habían considerado inferior y no la habían permitido comer con ellos? Tampoco parece algo probable, pues el hecho de haber sido enterrada entre los demás guerreros, con idéntica dignidad, indica que era reconocida como una igual.
¿Quién era, entonces, nuestra guerrera alcarreña? Lo cierto es que poco más podemos decir de ella, salvo que medía metro y medio aproximadamente, y era de complexión normal. Quizá su físico no fuera imponente en el campo de batalla, pero el desgaste de sus articulaciones fruto del entrenamiento con la espada nos indica que no era ninguna aficionada. El dato de que, aun siendo una guerrera profesional, muriera a los cuarenta años, nos indica que debía ser temible en la batalla, pues a esa edad solo llegaban los que sabían defenderse muy bien. Un ejemplo de que, quizás, haya que replantearse muchos roles cuando hablamos de la Edad Media. Y es que, en aquella Guadalajara, tierra de frontera entre el islam y Castilla, podía pasar cualquier cosa.