La moscarda de las fiestas

19/09/2012 - 00:00 Santiago López Castillo




   En ánimo de epatar con mi maestro y amigo C. J. Cela, servidor tampoco va a bodas, bautizos y banquetes ni da pregones, que los hice con profusión por los principales pueblos de Guadalajara, la tierra de mi madre, y el último tuvo lugar en la localidad madrileña de Cadalso de los Vidrios, seis años ha, que, al concluir el parlamento, la muchachada -y la no muchachada- aplaude tirando al suelo vasos y otros objetos de cristal, de ahí, seguramente, lo de los vidrios; menos mal que no te alcanzan porque el discurso lo echas desde el balcón del ayuntamiento, como en todo lugar anunciador del festejo.

  Regateo, pues, los pueblos colindantes de la sierra norte de Madrid, donde vivo, que bullen en cadenetas y en sangre de toro. También en regüeldos y borracheras. Y, luego, los jodidos petardos que rompen los tímpanos y como colofón los fuegos de artificio, con traca final, lo que produce el tiritón y protestas de los perros. De modo que para ir a comprar el pan y el periódico, a lo Umbral, he de regatear cual Gento las localidades circundantes. Las talanqueras anuncian los encierros. Son por la mañana. No porque haya ido a uno solo sino porque me lo dice algún descerebrado que sabe que yo soy anti taurino; vamos, defensor de la vida animal y no de la tortura. Es cuando las varas se vuelven lanzas, el gentío vocifera, se cisca en Dios y en los sacramentos.

  Ni la crisis ni la prima de riesgo ni la tía ni la sobrina impiden la celebración de este sanguinario festejo. Ya están plantadas las portátiles, que van de un lado a otro como los feriantes. En cierta ocasión, el que fue gobernador -entonces se llamaba así- de Guadalajara, Pepe Herrero Arcas, amante de los animales, me comentó: “Santiago, si yo suspendo la corrida de un pueblo, me cuelgan de la picota”. En este sentido, prosiguió diciendo, un matrimonio jubilado que se volvía a Madrid vio cómo su coche se encontraba volcado la noche anterior a la marcha porque no habían pagado “los toros”. Ítem más: a quien esto rubrica le cortaron los cables de la luz y rompieron los cristales de la casa rústica que, en su día, inauguró el inolvidable Nobel por yo haber escrito en “ABC” el artículo titulado “Sangre de toro”, crítico contra la mal llamada fiesta nacional. Cerriles los hay en todas partes pero hay que correrlos a gorrazos. De modo que mientras me quede un renglón de vida seguiré denunciando, le pese a quien le pese, incluido mi amigo Vicente Hita, gente de ley, la barbarie.