La movida de las estatuas
Las estatuas públicas conmemoran hechos dignos de recuerdo y personajes dignos de honor. Pocos son inmaculados.
Pocas cosas parecen en principio menos inocentes que un callejero, con nombres puramente geográficos o con placas y dedicatorias que dan su versión de la historia. Durante el franquismo hubo una acumulación excesiva. Fue corregida durante la Transición y vuelta a corregir, por considerarla insuficiente, por singulares alcaldesas como Carmena y Colau. La movida toca ahora a las estatuas. Hasta las de figuras universales como Colón, Cervantes o cualquiera que sea considerado esclavista o facha, incluso antes de existir el fascismo.
Los historiadores del arte aseguran que en esta materia ha sido más común destruir que preservar. Viene de antiguo. Los reyes asirios incluían en sus efigies una leyenda que maldecía a quienes las deterioraran, lo que revela que era habitual muchos años antes de Cristo. Aquí también hay dos Españas: la que erige monumentos y la que los derriba. Gila proponía con mucha gracia a los escultores que hicieran las cabezas con el cuello de rosca, para cuando cambiara el partido en el poder permutarla por otra sin gran destrozo y aprovechar el resto sin desperdiciar el pedestal o el caballo.
Las estatuas públicas conmemoran hechos dignos de recuerdo y personajes dignos de honor. Pocos son inmaculados. Ni siquiera algunos santos. Al menos deberían ser los representantes e instituciones y no una pandilla amartillada quienes determinen si ese honor es o no merecido. Y que decidan si la estatua debe acabar en un vertedero o en un museo, para no olvidar el pasado que fue y que nunca desearíamos que se repitiese.
Ni abundan ni son tan polémicas en el Señorío. Recuerdo a la entrada del antiguo Instituto el busto dedicado al heroico capitán Arenas. De chavales le tirábamos alguna china para corroborar por el ruido si estaba hueca. También destaca en la fuente de Rillo de Gallo la pétrea de Calixto Rodríguez García, insigne político y empresario en los caciquiles comienzos del siglo XIX. Más modernas son la del afamado pintor Ruiz Anglada en Milmarcos y la del prestigioso cirujano Gómez Fernández en Villel de Mesa. Eran hijos de estas villas.
En Orea acaban de erigir una tallada en madera que representa a un paisano como símbolo-homenaje al pueblo y su bosque. Las redes han decidido denominarlo Demetrio por escasos votos frente a Marcelino. Sin movidas.