La pancarta de Errandonea

11/05/2011 - 00:00 Rafael Torres

 
La imagen de Ander Errandonea enarbolando una pancarta de Bildu a su salida de la cárcel, donde ha purgado una condena de 25 años por pertenencia a ETA, ha reforzado un poco más, si cabe, el argumentario de quienes se oponen a la existencia legal de la coalición vasca, pues, según arguyen, la dicha imagen vendría a demostrar con carácter de prueba que Bildu es ETA. Objetivamente, en cambio, lo único que prueba es que un individuo que ha pasado más de la mitad de su vida en la cárcel se ha identificado públicamente, al recobrar la libertad y sus derechos civiles, con una coalición electoral que condena el uso de la violencia y que, por ello, ha recibido el visto bueno del Tribunal Constitucional para concurrir con todas las de la ley a los próximos comicios.
  Ahora bien; si se abandona el territorio de la prueba para abonarse al de la sospecha, el gesto de Errandonea tanto puede significar que Bildu es el caballo de Troya que una ETA irredenta utiliza para penetrar en las instituciones, como que el cambio operado en el tradicional entorno político de la banda armada, representado en Bildu, es compartido y suscrito por un cada vez mayor número, cuando menos, de sus ex miembros. De las dos conjeturas, la primera, no hace falta decirlo, pinta una hipótesis nefasta, en tanto que la segunda, la del sincero rechazo de la violencia, pinta un cuadro infinitamente más prometedor.
   No sería la primera vez que un preso etarra, cual el caso paradigmático de "Txelis", abjura sinceramente de la bomba-lapa, del secuestro y del tiro en la nuca, al comprender no sólo su inutilidad política, sino sobre todo su horror, durante las eternas horas, y días, y meses, y años, y lustros, y décadas del encierro que les procuró su pertenencia a la organización terrorista. En todo caso, ni Errandonea es portavoz, ni dirigente, ni candidato de Bildu, ni la sospecha sirve legalmente para otra cosa que para extremar la vigilancia sobre lo que, en adelante, la coalición pueda hacer. Cabe en lo posible que en 25 años, que es toda una vida, o lo mejor de ella, se pueda acabar repudiando aquello, la violencia, que la truncó.