La perversión del sistema

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

El comentario
C. Sanz Establés, Periodista
La doctrina política que todos hemos estudiado como la más decente y apropiada dice que el sistema democrático se basa en la separación de poderes.
Elemental, unos hacen de contrapeso de los otros, el Legislativo debería controlar al Ejecutivo, el Judicial debería velar por la legalidad y cumplimiento de las leyes que se aprueban en los parlamentos y el Ejecutivo desarrollar las políticas que marcan los parlamentos democráticos y someterse al control judicial cuando sea necesario, todo ello desde la independencia de cada Poder. Pero el sistema se ha pervertido de tal manera que el ciudadano ha acabado perdiendo todas las referencias éticas y morales viendo cómo, en realidad, todo está mezclado en torno a los intereses de los partidos políticos de turno y de las grandes corporaciones económicas y financieras.

Los parlamentos democráticos, salvo contadas excepciones en algún país donde el sistema electoral da bastante libertad a los congresistas y senadores, acaban siendo las voces de los gobiernos y lejos de controlar la actuación del Poder Ejecutivo o marcarle el camino a seguir, se limitan a asentir a pies juntillas lo que los gobiernos de turno y sus partidos les indican. Pasa en España, como en todo Europa, al igual que en los parlamentos autonómicos y pasará mientras no cambien los sistemas electorales. En realidad, los parlamentos europeos ni se plantean romper la disciplina de voto y sólo piensan en apoyar a sus gobiernos aunque no estén de acuerdo con lo que hacen. Por si ello fuera poco, en España los partidos políticos suprimen la otra pata del reparto de Poderes, la Judicial, nombrando a dedo y de malas maneras, con el lavado de cara democrático, eso sí, de la ratificación parlamentaria, al Consejo General del Poder Judicial y al Tribunal Constitucional, en un paripé indigno, amoral y vergonzoso para el sistema democrático. Aquellos que tienen que velar por el cumplimiento de las leyes están nombrados por aquellos a quienes, entre otros, deben vigilar y controlar.

Y si además esto fuera insuficiente, los medios públicos de comunicación, que deberían ejercer no el cuarto Poder sino el contrapoder, dependen económicamente y jerárquicamente del Gobierno y de los gobiernos autonómicos allí donde existen televisiones y emisoras de radio autonómicas. Incluso los privados tiemblan ante un recorte publicitario del Estado democrático. El círculo, amigo lector, está cerrado. ¿A alguien puede sorprenderle, entonces, lo que está pasado con los grandes bancos y empresas financieras? ¿A alguien puede extrañarle entonces que los gobiernos democráticos en todo el mundo estén premiando con ingentes cantidades de dinero a quienes, precisamente, han llevado a la ruina al sistema con su avaricia e irresponsabilidad empresarial? Este es el mundo que nos ha tocado vivir y que, quienes lo han ideado así, ahora quieren cambiarlo para que todo siga igual.