La razón económica
07/07/2012 - 00:00
Sorprende ver cómo una determinada situación económica, que revela el fracaso del capitalismo, es capaz de activar determinadas energías de la razón humana. Nos encontramos en una cultura del arrepentimiento. La escasez de recursos, la disminución del nivel de vida y de consumo, la bajada de la producción, nos permiten ver y discernir causas y razones que la razón ignoraba. Economía e ideología luchan por llevarse la palma en la toma de decisiones.
El hombre económico se adelanta al hombre racional y, en palabras de otros pensadores, la economía dirige al mundo. Ahora nos damos cuenta de que la escala de nuestros valores estaba determinada por la posesión o la propiedad privada. Las ideas y los principios no aportaban nada. Cada uno pensaba según vivía y no vivía según pensaba. Por otra parte, la fe en el mito del Estado protector, como principio enarbolado por la socialdemocracia, también ha caído estrepitosamente. Capitalismo de Estado se llama esa fórmula que enmascara otra clase de intereses o intereses de clase. Si el ciudadano es rico, también lo será el Estado pero no al contrario.
Hemos asistido, en los últimos años, al nacimiento de una burguesía política, de una nueva clase social intermedia, que se ha dedicado a recibir y gestionar, en beneficio propio, la abundancia de recursos que los ciudadanos ponían en sus manos mediante un sistema, no siempre justo, de recaudación. Estaban en todos los centros y consejos de decisión. Nada se escapaba a su control. Son los dueños del poder local. Sus decisiones en materia económica y de presupuestos eran intocables e indiscutibles. Administraban la abundancia y ahora no saben gestionar la renuncia y los sacrificios. Porque la economía son sacrificios de las personas.
Estamos en una proporción injusta en el reparto de dichos sacrificios y los políticos tienen siempre una posición preferente. Como si de una lista de proveedores se tratase, ellos son siempre los primeros en cobrar y los últimos en renunciar o perder. Porque los intereses tan elevados de la deuda pública, les pagamos todos. Parece que hemos descubierto ahora la dimensión solidaria de la economía común. No sabemos ya si hay crisis de la razón económica, orgullo de la razón política o debilidad de la razón moral. Probablemente es todo conjuntamente. La pirámide social está invertida y se agrandan las diferencias entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles, entre abundancia y escasez, entre saturación y necesidad, entre despilfarro y carestía.
Mientras unos disfrutan del poder adquirido otros sufren y pierden el poder adquisitivo. Tenemos que estar preparados para una mayor recesión económica. Ha llegado el momento de suprimir tanto gasto o requisito burocrático, consumptivo, improductivo, administrativo, político. Sobra tanta representación política, tanta exhibición de poderío, comisiones reunidas, salones alargados, instalaciones suntuosas, celebraciones conmemorativas, reuniones prolongadas, honores fingidos.
Falta entrega y laboriosidad y hay demasiado edecán. Sobran centros y organismos asesores que sólo sirven para absorver recursos que no tenemos. Sobran sueldos desorbitados, cargos inventados o funciones artificialmente diseñadas. Bienvenida la razón económica que nos despierta para ver los errores cometidos, los excesos repetidos por la otra razón. Austeridad es el nuevo nombre del humanismo y de la moral colectiva. Necesitamos una devaluación y rebaja de nuestros deseos y codicias surgidas al dulce aroma del poder y de la abundancia.