La renovación de los partidos
01/11/2012 - 00:00
La renovación de nuestra joven democracia pasa por la renovación de los partidos políticos que la tienen secuestrada. La relación entre ambos elementos de la sociedad es tan grande que la erosión de uno afecta a la dignidad y prestigio de la otra. Cuando, periódicamente, se habla de renovación en los partidos se refieren mayoritariamente al relevo generacional que impone la ley del tiempo y de la caducidad de las personas. Pretenden que con la incorporación de jóvenes a las estructuras y a los aparatos de los mismos, la organización política queda ya reformada. Confunden renovación con rejuvenecimiento en sus cuadros y organigrama. Con ello, evitan revisar otros elementos como son las ideas o principios, los objetivos, el funcionamiento democrático, las conductas de sus dirigentes, las estrategias morales y sociales. Sólo tienen una meta que es el acceso y la permanencia en el poder con la ocupación de las instituciones del Estado. Todo lo demás sigue intacto. A eso es a lo que aquí nos queremos referir.
La Constitución Española de 1978 en su art. 6 adopta una posición muy clara cuando defiende la existencia de partidos como algo necesario para el desarrollo de la democracia. Ellos representan el pluralismo político y facilitan la participación de los ciudadanos en la tarea común de gestionar los asuntos públicos. La realidad indica que el comportamiento de los partidos y sus dirigentes marcan el grado de adhesión o desafección de los ciudadanos hacia la democracia en sí misma. La teoría política convencional explica que los partidos se componen de principios, personas y programas. Los principios constituyen la llamada ideología que hoy está bastante denostada pero que, a la hora de la verdad, muchas decisiones de gobierno responden sólo a razones ideológicas o fundamentalistas como último recurso y justificación. A continuación vienen las personas.
Estas organizaciones, sostenidas con fondos públicos, deben cuidar y seleccionar a sus candidatos o dirigentes y exigir de ellos un comportamiento adecuado y ejemplar de acuerdo con los valores y la moral del pueblo a quien representan. Hay demasiada corrupción, demasiada transigencia con las conductas inmorales o incluso delictivas de las personas y de las instituciones.. Finalmente los programas o propuestas de intervención social deben reflejar y atender a las necesidades de la sociedad a la que quieren servir en la solución de sus problemas. En todos estos elementos (principios, personas, programas) que componen los partidos políticos hay un margen de renovación que nadie está dispuesto a afrontar.
En primer lugar, las ideas. Nadie está dispuesto a sacrificar estrategias, adoptar disposiciones e incluso rechazar proyectos de leyes parlamentarias por la fidelidad a los principios morales que inspiran y dignifican la acción política. No hay otro Tomás Moro en nuestra vida parlamentaria. No ven en ellos esa fuerza de la conciencia que constituye la coherencia de la sociedad. Se abdica de las convicciones del humanismo o de la ley natural para salvar sus ventajas e intereses de estar y permanecer en la política. No es la conciencia personal sino el dedo del partido el que señala lo que hay que aprobar o rechazar.
En los partidos políticos se practica una esclavitud moral que nos avergonzaría ejercer en otros ámbitos de la vida, de la educación, de la información, de la empresa. En ese sentido, aquellas organizaciones políticas, que deberían ser ejemplo de comportamientos democráticos, se convierten en espacios y procesos totalitarios que violentan la conciencia individual.