La tragedia de Rubalcaba

16/02/2011 - 00:00 Fermín Bocos

Dejó escrito el clásico que lo trágico nace de la alianza entre lo necesario y lo imposible. Rubalcaba, para culminar su ambición, necesitaría de un sosiego que no está a su alcance porque en todos sus actos desde las filas del PP le recuerdan que la sombra del faisán es alargada. De ahí surge su tragedia política. Quien siempre estuvo de pie junto a la oreja de quien mandaba, tengo para mí que erró el cálculo al aceptar la encomienda de Zapatero. Encomienda envenenada, porque al encumbrarle, lo señalaba. Olvidó la advertencia de Gracián: "Una buena estrategia de los que gobiernan es tener escudos humanos .Debe haber un testaferro, blanco de los errores por su propia ambición". Desviar a otros los males, es astucia de político en apuros. Al propio Rubalcaba le acusaba ayer el diputado popular Gil Lázaro diciendo que intentaba desviar hacia los policías la responsabilidad contraía por otros en la urdimbre del chivatazo que alertó a los terroristas implicados en la red de extorsión ideada por la ETA. Aquel episodio, acaecido cuando Zapatero estaba obsesionado con el mal llamado "plan de paz", que se derrumbó cuando la ETA voló la Terminal 4 de Barajas asesinando a dos inmigrantes, le pasa factura a Rubalcaba porque los estrategas del Partido Popular dan por amortizado al presidente del Gobierno. Miran las encuestas y están convencidos de que tras el anunciado hundimiento del PSOE en las elecciones de mayo, Zapatero entregará la cuchara y será Rubalcaba quien se haga cargo de los restos del naufragio. Derrotado pero con un año por delante y todo el poder del Estado en sus manos. Recuerdan el 13-M y en Génova 13 se pasean otra vez algunos fantasmas. Por eso, por si acaso, van a por él a sabiendas de que cuando lo del chivatazo apenas llevaba una semana en el Ministerio del Interior. Es verdad, replican desde el PP, pero también Asunción era un recién llegado cuando se escapó Luis Roldán y no lo dudó. Llegó, vio, y, por decoro, dimitió. Claro que Antonio Asunción nunca había soñado con ser el inquilino de La Moncloa. Esa es ambición de otros.