La transición psicológica
07/06/2013 - 00:00
En los comportamientos colectivos de los ciudadanos también operan o intervienen factores de procedencia personal. La sociedad y sus grupos no son más que la suma de voluntades y actitudes de los ciudadanos individuales. Llevamos muchos años hablando de transición política en nuestra sociedad. A dicho proceso se le ha llamado reconciliación, consenso, evolución sin ruptura ni revolución. Sin embargo, no todo ha sido cambio pacífico. Desde el momento en que la democracia se plantea como lucha por el acceso y permanencia en el poder ya tenemos planteamientos bélicos de vencedores y vencidos como formas de interpretación de los procesos democráticos. Queremos mostrar aquí las diferentes actitudes generacionales producidas a lo largo de los últimos años en el desarrollo de la vida comunitaria.
Al final de una época, cuando una forma de poder agonizaba, hubo una generación que se preparó para el asalto a las instituciones. A eso se denominó la transición. No hubo reconciliación ni diálogo ni consenso sino ansias de poder, prisas por ocupar el Estado capitalista, de acaparar puestos, de rodearse de privilegios, de disponer de lo público para sus intereses particulares, de reproducir las formas de comportamiento público que habían presenciado en sus antecesores, pues no tenían más referencias de lo que era la política. Pero había que buscar otra legitimidad para distanciarse y diferenciarse de ellos.
El poder cambia de manos pero no deja de ser poder. La democracia y los partidos, cuna del pluralismo y de la concurrencia, parecían servir la mejor excusa para una venganza encubierta. Hay mucha venganza generacional en nuestra vida social. Pero la transición psicológica sigue adelante. Unos dirigentes esperan que caigan los otros, contribuyen a su caída y se preparan para activar la venganza. La oposición y contradicción de los sistemas lleva consigo esa guerra de las personas en las organizaciones. Sin embargo, también en el pueblo se ha producido una transición de la conciencia democrática.
A la vista de tantos abusos del poder concedido, los ciudadanos han comprendido las verdaderas razones que tienen algunos para estar en política que no son de servicio sino de promoción y enriquecimiento personal. De una conciencia estática de la democracia donde se imponía la realidad hemos pasado a una conciencia de revisión de sus planteamientos más profundos y morales. Las difíciles circunstancias de privación y escasez en que vive una gran mayoría de nuestros conciudadanos, han despertado sentimientos y representaciones inéditas y ahora se ven cosas que nos e veían antes. La democracia de los valores ha sustituido a la democracia del poder que antes lo dominaba todo. Y así hemos llegado a una gran demanda de justicia, igualdad, solidaridad y transparencia exigida por el pueblo a sus dirigentes. El sentido de responsabilidad, exigible a los gobernantes como en cualquier otra profesión, avanza en los ciudadanos que no han perdido la orientación moral de la función pública. La llamada de forma abstracta (y casi irónica) responsabilidad política (de los políticos) se va concretando en forma de responsabilidad y sanción penal. La transición psicológica y moral del pueblo no ha terminado sino que acaba de comenzar.