La transmisión de la fe

07/07/2012 - 00:00 Atilano Rodríguez




   La principal misión de la Iglesia es la evangelización. Esta siempre es nueva porque se trata de ofrecer a todos los hombres la novedad de Cristo, como el único Salvador de los hombres y como respuesta definitiva a los interrogantes últimos del corazón humano. Los Lineamenta para la preparación de la XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en Roma durante el próximo mes de octubre, señalan que «en el corazón del anuncio está Jesucristo, en el cual se cree y del cual se da testimonio. Transmitir la fe significa esencialmente transmitir la Escrituras, principalmente el Evangelio, que permite conocer a Jesús, el Señor» (n 2). Si tenemos en cuenta esta afirmación de los Lineamenta, tendríamos que preguntarnos: ¿Qué lugar ocupa la lectura creyente del Evangelio en la vida de los cristianos?.

  ¿En la oración nos centramos sólo en presentar nuestras súplicas al Señor y en darle gracias por los beneficios recibidos o dedicamos espacios de la misma a meditar la Palabra de Dios, para escucharle, para descubrir su voluntad y para pedirle que nos transforme interiormente?. Ciertamente tenemos que agradecer a Dios los beneficios que constantemente recibimos de su mano bondadosa y tenemos que pedir con fe para recibir, aunque ya sabe el Padre celestial lo que necesitamos.

  Pero no podemos quedarnos sólo en estos aspectos de la oración. La fe, ante todo, tiene que ayudarnos a conocer a Dios, a escuchar sus enseñanzas y a seguirle como la luz verdadera en el camino de la vida y como esperanza segura para alcanzar la vida eterna. En definitiva, la fe tiene que impulsarnos a confiar menos en nosotros mismos y a poner incondicionalmente nuestra confianza en el Señor para que se cumpla en todo momento su voluntad sobre nosotros y sobre el mundo. La historia de la Iglesia presenta a nuestra consideración el testimonio de los santos. Ellos han sido auténticos enamorados de la Palabra de Dios. Además de dejarse transformar interiormente por la lectura y la meditación asidua de la Sagrada Escritura, nos han dejado testimonios bellísimos de su experiencia personal.

  En este sentido podríamos aducir muchos testimonios. Basten como botón de muestra las afirmaciones de San Jerónimo y de San Juan de Ávila, patrono del clero secular español y próximo doctor de la Iglesia. San Jerónimo afirma con rotundidad que «quien no conoce las Escrituras no conoce a Dios». De San Juan de Ávila se decía en su tiempo que, si la Biblia llegase a perderse, él solo la restituiría a la Iglesia porque la sabía de memoria.

  El Papa Benedicto XVI, recogiendo el testigo del beato Juan Pablo II, está invitando a toda la Iglesia a emprender una nueva evangelización con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones. La simple aplicación de los nuevos métodos y de las nuevas fórmulas para la transmisión de la fe, no tendrían fuerza, si no provocan una actitud de sincera conversión al Señor por parte de todos los cristianos y una renovación del ardor misionero. Para ello, como los discípulos de Emaús, es preciso que nos pongamos en contacto con las Escrituras, dejando que el Espíritu Santo nos revele todo lo que el Señor ha dicho y enseñado.