Las buenas samaritanas


En cada ciudad la atención a los seres vivos debe estar en manos de los administradores locales, es su competencia y responsabilidad.

uando Ana me ha mirado, ambas hemos sabido lo que había que hacer. No hemos mediado palabra. He llegado hasta la siguiente rotonda y he cambiado el sentido en el que nos dirigíamos. Le he comentado que el arcén es muy pequeño y va a ser peligroso parar, que voy a detener el coche en lugar permitido. 

Al otro lado del arcén se encuentra el cuerpo de un gato atropellado, está tumbado de lado y parece muerto. Pero no estamos seguras. Hay que comprobarlo. Situada en el arcén con el chaleco reflectante verifico que el gato está muerto y con tristeza llamo a las autoridades locales para que retiren el cuerpo.

Continuamos nuestro camino, pero esta vez en el silencio que nos ha provocado una muerte innecesaria. Como siempre nos ocurre, ha sido imposible mirar hacia otro lado.

Mis enseñanzas de infancia me llevan a tener presente que debo ayudar al prójimo. Jesús nos instruye en las escrituras que la misericordia debe estar por encima de cualquier ley escrita.

Cuando paseo por la calle suelo ver aquello que los demás apenas aprecian. Veo animales abandonados. Y, especialmente, a los gatos que vagan sin hogar y han logrado encontrarlo en una colonia felina. Son los gatos de colonia. 

Lo que diferencia a estos gatos de los llamados domésticos no es solo la falta de hogar. Aquellos tienen algo único, una cuidadora. Ángeles de la guarda con alas invisibles que logran hacer que la vida de los gatos abandonados en la tierra sea el mismo cielo. Que les procuran bienestar no solo en forma de alimento y atención veterinaria, sino también de cobijo, protección y afecto. Mujeres y hombres con una sensibilidad especial que les lleva cada día a ocuparse del gato prójimo, del abandonado, de aquel que parece no existir para la sociedad. Personas que viéndolos heridos no se apartan de su camino y con compasión se acercan a atenderlos, a cuidarlos y encontrarles un hogar donde puedan recuperarse. Muestran compasión por su sufrimiento y les ofrecen ayuda en un acto cargado de amor y desinterés.

En cada ciudad la atención a los seres vivos debe estar en manos de las administraciones locales, es su competencia y su responsabilidad. Los gatos de colonia son víctimas producto de la irresponsabilidad de aquellos que les abandonan y de aquellos que, con posteridad, les maltratan y les dejan morir de hambre. De aquellos que queman sus hogares y les atacan. Sin olvidar a los gatos domésticos que lejos de adaptarse a la colonia felina en la que su cruel e irresponsable propietario les ha depositado -porque el responsable de estas colonias felinas no es el gato-, deciden dejarse morir de pena. Y lo logran.

Las cuidadoras son fuertes, que no os engañe su aparente fragilidad avanzando lentamente y portando las bolsas con pienso seco, botellas de agua fresca y gasas por si hubiera que limpiar algún ojo infectado. Cargan con la responsabilidad de cuidar al gato prójimo sobre sus hombros y ante cualquier amenaza sale a relucir su fortaleza. Aquello que para los demás son deshechos, para ellas son su vida y su familia. Y a la familia no se la abandona ni se le da la espalda, la familia se cuida y protege.

Ángeles ensalzando valores que poco a poco se van perdiendo en una sociedad cargada de insensibilidad e indiferencia ante el sufrimiento ajeno, cuya conducta moral se describe cuando cualquiera es capaz de agredir verbalmente a estas personas compasivas por ser capaces de hacer el bien sin esperar nada a cambio. Ya lo dijo el Señor: “Vete, y haz tú lo mismo”.

Aquí sentada, pienso que si en algún momento de mi vida no tengo nada que llevarme a la boca, alguien, en su misericordia, me ofrecerá un bocado y me ayudará a tener una vida digna y de bienestar. Y espero que si algún maltratador se cruza en mi camino y destruye o prende fuego mi hogar, la ley lo impida. Aunque en coherencia ambos casos deberían estar amparados por el estado de derecho.