Las caras de la violencia

25/11/2010 - 00:00 Isaías Lafuente

Un año más, como cada 25 de noviembre, nos enfrentamos a la cruda realidad de la violencia machista. Un año más, un río de cifras y estadísticas nos muestran el infierno de una lacra persistente. Y un año más no sabemos cómo interpretarlas ni que lenguaje usar para nombrarla o adjetivarla. Porque con 64 mujeres muertas en lo que va de año hablar de mejoras y avances, decir que vamos por el buen camino, podría resultar obsceno. Pero deslumbrados por la magnitud de la tragedia no podemos dejar de contemplar los indicios que nos muestran algún rayo de esperanza. Cuando hablamos de más de 100.000 mujeres protegidas se nos muestra la extensión del fenómeno criminal, pero también la de un ejército de víctimas que no se han resignado a serlo, que han identificado su drama y han tenido la valentía de dar un paso adelante para salir del infierno. Tenemos esa misma sensación encontrada cuando observamos los datos del teléfono 016, destinado a informar y a asesorar a las víctimas, que cada año recibe más de 200.000 llamadas. Un mar de peticiones de auxilio que nos muestra de nuevo que las aguas de la no resignación comienzan a moverse de manera firme para ahogar el ímpetu asesino. Ese teléfono recibe además cada año más de 40.000 llamadas de personas del entorno de las mujeres maltratadas: madres y padres, hermanos, hijos, amigos de las víctimas que ya no se conforman con cerrar los ojos a la violencia, hacen suya la situación y se consideran parte de la solución. Gracias a estas actitudes, a la ley y a la acción política, social, policial y judicial más de 5000 maltratadores pagan su culpa en la cárcel y saben que su actitud violenta ya no sale gratis. Siempre es más fácil poner nombre a las mujeres muertas que imaginar la nómina indefinida de mujeres que en los últimos años han conseguido recuperar su vida y escapar de la violencia. Pero hemos de hacer lo uno y lo otro. Para ser justos y, sobre todo, para no desfallecer y perseverar en el intento histórico de erradicar ese último gen asesino que pervive en nosotros desde la época de las cavernas. .