Las confesiones de Felipe

09/11/2010 - 00:00 Carmen Tomás

Sabíamos por Homero que los dioses cuando quieren perder a los hombres, les vuelven ciegos. O vanidosos. O las dos cosas. Algo de eso le ha pasado a Felipe González. Es difícil interpretar de otra manera su inopinada salida a escena para evocar -veintitantos años después- que fue consultado sobre la oportunidad de acabar con la cúpula de la organización terrorista ETA y dijo que no. Una consulta que, en el tiempo, coincidió con los días en los que en el sur de Francia actuaban los GAl, partida de sicarios enquistada en los aparatos de seguridad del Estado. Más que una confesión, parece una recreación de un momento especialmente delicado de sus años en el poder. Años de ley del Talión que cursó en registro de asesinatos selectivos contra los terroristas vascos que en aquella época actuaban de manera especialmente sanguinaria. Siempre había negado Felipe González tener conocimiento de los GAL, por eso sus palabras de ahora siembran algo más que una duda. Una primera interpretación sugiere que hace veintitantos años no dijo todo lo que sabía o que incluso mintió al negar que sabía de la existencia del mencionado operativo criminal; otra forma de ver las cosas -quizá ingenua-, lleva a pensar que si González, según su decir, pudo dar la orden para volar a la cúpula etarra, pero no lo hizo, tampoco estuvo implicado en las otras operaciones. Dicho de otra manera: si pudiendo, no quiso acabar con los peces gordos de la ETA, no tiene sentido que autorizara liquidar a los peces chicos. En fin, su extraña concepción de la responsabilidad que entraña el manejo de los fondos reservados unidos a la insidiosa alusión al caso del secuestro de Segundo Marey- habla de "detención" y sugiere que Marey podía tener algún tipo de relación con la ETA-, son otros tantos elementos que contribuyen al desconcierto. No es el Felipe sobrado, pero lúcido, de tantas otras intervenciones suyas. A mi modo de ver, por debajo de sus declaraciones hay un fluir de nostalgia trufada de vanidad. De evocación de tiempos de poder. "Ha sido peor que un crimen, ha sido una equivocación" -respondió Fouché, tan de actualidad en estos días en los que la figura de Rubalcaba todo lo preside-, cuando le preguntaron por el asesinato del duque D'Engein ordenado por Napoleón. Pues eso.