Lecciones de una crisis
01/10/2010 - 09:45
ADOLFO YÁÑEZ, Madrid
De la preocupante situación financiera por la que atraviesa el mundo, cada cual estamos sacando nuestras propias conclusiones. Una en la que coincidimos todos, probablemente, es que el dinero obtenido con los impuestos de los ciudadanos deberá financiar los riesgos contraídos por algunas instituciones de avaricia sin límite. Y, lo que resulta todavía más impactante, deberemos alegrarnos de que esas entidades se salven, pues su desastre acarrearía ineluctablemente el desastre de la sociedad entera.
Mientras fueron años de vacas gordas, las cuentas de resultados de la mayor parte de los bancos aumentaron cada año en porcentajes indecentemente mayores que lo que subieron las rentas del trabajo. Los gobiernos que hoy se apresuran a sostener las debilidades de los más ambiciosos, no movieron entonces un sólo dedo para aliviar los desajustes económicos de los pobres o las presiones sufridas por aquéllos que ahora han de acudir en socorro de quienes antes les presionaban. Y esas cantidades mareantes de dólares o de euros que en la actualidad se obtienen para tapar agujeros cavados por la codicia de unos pocos, parecían imposibles de reunir cuando a los gobernantes se les planteban otros temas como acabar con el hambre en el mundo, o atajar la deforestación del planeta, o invertir los peligrosos cambios climáticos en los que nos encontramos.
Hace sólo breves días, la Unión Europea nos recordaba que la economía mundial se empobrece anualmente en miles de millones de dólares sólo por la tala de bosques a la que, según parece, nadie ha pensado nunca en poner fin. Pero, si hemos sido capaces de encontrar en pocas semanas los gigantescos recursos que salven bancos, ¿por qué no somos capaces de acabar con los desastres ecológicos o con las hambrunas y por qué no se generan reservas para repartir microcréditos entre gentes necesitadas de lo imprescindible?
Los expertos coinciden en decir que es absolutamente necesario enderezar los actuales desórdenes financieros para que la economía mundial no bascule hacia el abismo. Y tendremos que hacerles caso. A regañadientes. Asqueados por algo tan repugnante como que los corruptos salgan siempre indemnes de las catástrofes que generan.
Pero habrá que exigir, en la medida en la que podamos, que los ahorros de todos en el futuro no sirvan para robustecer los paquetes accionariales de los ricos, sino para financiar las auténticas necesidades de ciudadanos a los que, hasta ahora, se les ha expoliado sagazmente y se les ha endeudado con exageradas invitaciones al consumo.
Habrá que establecer un proyecto de sociedad creíble. Habrá que diseñar una globalidad no solo económica, sino de leyes planetarias y efectivas. Y, si es cierto que estamos al final de un cierto capitalismo, habrá que inventar otro que sea más humano, más racional y menos injusto.
Hace sólo breves días, la Unión Europea nos recordaba que la economía mundial se empobrece anualmente en miles de millones de dólares sólo por la tala de bosques a la que, según parece, nadie ha pensado nunca en poner fin. Pero, si hemos sido capaces de encontrar en pocas semanas los gigantescos recursos que salven bancos, ¿por qué no somos capaces de acabar con los desastres ecológicos o con las hambrunas y por qué no se generan reservas para repartir microcréditos entre gentes necesitadas de lo imprescindible?
Los expertos coinciden en decir que es absolutamente necesario enderezar los actuales desórdenes financieros para que la economía mundial no bascule hacia el abismo. Y tendremos que hacerles caso. A regañadientes. Asqueados por algo tan repugnante como que los corruptos salgan siempre indemnes de las catástrofes que generan.
Pero habrá que exigir, en la medida en la que podamos, que los ahorros de todos en el futuro no sirvan para robustecer los paquetes accionariales de los ricos, sino para financiar las auténticas necesidades de ciudadanos a los que, hasta ahora, se les ha expoliado sagazmente y se les ha endeudado con exageradas invitaciones al consumo.
Habrá que establecer un proyecto de sociedad creíble. Habrá que diseñar una globalidad no solo económica, sino de leyes planetarias y efectivas. Y, si es cierto que estamos al final de un cierto capitalismo, habrá que inventar otro que sea más humano, más racional y menos injusto.