Ley y mujeres sin rostro
13/04/2011 - 00:00
No es Kabul, no es Riad, es Alcobendas", se podía leer hace tiempo en la portada del periódico EL Mundo como título de una fotografía en la que aparecían dos mujeres completamente cubiertas con la niqab, la prenda tradicional islámica, que llevaban su carrito de la compra. La imagen, aunque todavía insólita en nuestro país, resultaba impactante y en Francia, según la ley que acaba de entrar en vigor, esas mujeres serian multadas, incluso podrían ir a la cárcel. Las protagonistas de la fotografía, vestían una túnica hasta los pies y llevaban la cabeza y la cara completamente cubiertas dejando sólo al descubierto una pequeña rendija a la altura de los ojos. En el primer día de vigencia de la ley fueron detenidas en el país vecino cuatro mujeres y el tema ha puesto otra vez sobre la mesa el viejo debate entre la libertad religiosa y la defensa de derechos fundamentales, entre libertad individual y seguridad etc.
Desde un punto de vista de nuestra educación y nuestra cultura occidental el burka no puede ser otra cosa que un símbolo de opresión, de desprecio absoluto hacia nuestro genero, incluso a nuestra condición de seres humanos. Lo que el burka esconde es la imagen de esas mujeres afganas castigadas a llevar prisión eterna dentro de sus propias vestimentas, condenadas a ser mujeres sin rostro. Es el símbolo de las humillaciones, vejaciones y violaciones a las que un grupo de fanáticos -en nombre del Corán- están sometiendo a todo un pueblo. Las mujeres allí son lapidadas públicamente y delante de sus propios hijos si han sido adulteras, apaleadas si salen a la calle sin la compañía de un varón, se les corta la mano si han robado un trozo de pan para dar de comer a su prole y, por supuesto, no tienen ningún derecho ni a la educación, ni a la sanidad, ni siquiera se les permite tener su propia dignidad.
Eso y muchas cosas más se esconden detrás de esa vestimenta, para oprobio e indignidad de todas las mujeres del mundo y, por eso, en una sociedad democrática y abierta como la nuestra -donde se permite sin problemas de ningún tipo que las niñas árabes acudan a la escuela cubiertas con un velo, la hiyab- no se debe pasar por alto ni permitir que se vaya más allá y mucho menos que se utilicen prendas como la niqab o el burka, que chocan frontalmente no sólo con el respeto a los derechos humanos sino con nuestras más elementales y consolidadas reglas de convivencia. Además, si estos argumentos no son suficientes, se puede apelar a un problema de seguridad, teniendo en cuenta que cualquiera puede utilizar el anonimato de la prenda para cometer delitos, incluso de aceptación e integración en nuestras normas de convivencia.
Esa es una cara de esta moneda. Hemos leído estos días que la prohibición en Francia puede tener un doble efecto perverso para estas mujeres, algunas de las cuales ya no sólo tendrán esa cárcel de tela sino que serán prisioneras en su propio hogar, negándose a salir a la calle a cara descubierta. Incluso se ha dicho y argumentado que la prohibición puede tener un efecto contagio y, como protesta, habrá mujeres que no utilizaban la maldita prenda que lo hagan ahora como señal de protesta. ¡Puede ser!, pero aunque eso fuera cierto y, muy lamentable, es mucho peor que en nombre de la libertad religiosa se agazape y se haga la vista gorda con un integrismo radical, cruel y despiadado. "La mujeres virtuosas son piadosas y preservan en secreto lo que Dios preserva.
Amonestad a aquellas cuya infidelidad sospechéis, encerrarlas en habitaciones, apartarlas y golpearlas", dice una de las Sura del Corán y en otra se puede leer lo siguiente: "Di a las creyentes que bajen la mirada, que sean castas, que echen el velo sobre los escotes de sus vestidos". Claro que para que no haya ambigüedad de ninguna clase se dice en la Sura II, 228: "Los hombres tienen preeminencia sobre las mujeres, tienden autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios les ha otorgado sobre ellas y a causa de los gastos que causa su mantenimiento". Estos textos en manos de fanáticos pueden causar estragos y lo malo es que en pleno siglo XXI los causan.