Libertad sin ira

02/02/2011 - 00:00 Antonio Casado

 
La imagen de los tanques y soldados egipcios en dulce montón con los manifestantes que reclaman libertad sin ira va camino de convertirse en el paradigma visual de las revueltas populares en El Cairo y otras ciudades del país. Y ojalá sea la tónica de lo que está por ocurrir en esa parte del mundo árabe que se levanta contra el autoritarismo, la corrupción, el nepotismo y el atropello de los derechos humanos. En Túnez, Argelia, Marruecos, Jordania y Yemen, se está manifestando el mismo proceso aunque su virulencia no es la misma. En pocas ocasiones se ha puesto tan de manifiesto ese lugar común que consiste en caracterizar a las Fuerzas Armadas de un país como el brazo armado de sus ciudadanos. Para mantener la integridad territorial, defender las fronteras o matizar la posición de ese país en el campo de las relaciones internacionales. No para ser utilizado indebidamente por el sátrapa de turno contra el pueblo al que pertenece. El sátrapa de turno, Hosni Mubarak, enfermo, 83 años de edad y 30 de ejercicio en el poder, con mano de hierro, se ha convertido en el blanco de las protestas. En el "rais" personalizan los egipcios la causa de su malestar social y político. Y por eso el grito y la pancarta de las manifestaciones callejeras reclaman su inmediata salida del poder. Pero él se resiste y ofrece soluciones intermedias, como seguir hasta las elecciones de septiembre, renunciando entonces a su continuidad. Lo cual no ha servido para calmar a la gente. Permanecemos atentos a la pantalla. La opinión pública española está muy expectante por razones de geopolítica. Y, sobre todo, por la enorme diferencia de renta per capita y calidad de vida entre las dos orillas del estrecho. La inestabilidad en la región puede ser letal para España. Por eso nos aferramos a la tesis de una transición pacífica hacia modelos democráticos homologables con los que se despachan en la vieja Europa. Y por eso necesitamos abatir el mito de que la Democracia es incompatible con los países de influencia islámica. No será fácil llevar a estos países, algunos con pesados lastres religiosos o identitarios de estirpe medieval, el dogma de la separación de poderes, la igualdad ante la ley o el imperio de las urnas como levadura de la soberanía nacional. Pero lo cierto es que los tunecinos y los egipcios -pioneros, por ahora- dicen en la calle lo que les gustaría decir en las urnas. En libertad. Por el derecho a una vida digna y la capacidad de poner o quitar a tus gobernantes. Ni más ni menos. Todo eso está brotando en este movimiento popular que tiende a extenderse en el mundo árabe desde el norte de Africa. No a los dictadores, sí a la democracia. Nada distinto a lo que los españoles reclamaban a la muerte del dictador.