'Límpiate con mi pañuelo...'
Hay objetos y enseres que son tan cotidianos que parecieran irrelevantes… hasta que desaparecen de nuestras vidas. Es entonces cuando nos damos cuenta de su valor, o al menos de la importancia que tuvieron en su tiempo.
Estábamos comiendo, el otro día, los amigos, cuando uno de los comensales sacó de su bolsillo un pañuelo de tela; no era un pañuelo lujoso, ni un objeto codiciado, era simplemente un pañuelo de hombre, lo que siempre se ha conocido como un “moquero”, cuya finalidad más conocida no voy a detallar porque ya queda de sobras explicada al mencionar su nombre. El caso es que ese gesto cotidiano de sacar el pañuelo nos hizo reflexionar y sirvió de pretexto para enhebrar una nueva conversación.
Pensamos, entonces, en que todavía queda gente que usa el moquero de tela de toda la vida, aunque, en nuestro entorno, hace tiempo que dejó de ser habitual; hace décadas que fueron sustituidos por los pañuelos de papel, los famosos “clínex”, denominación recogida, tal cual, por la Academia de la Lengua, Como ocurre a veces, el nombre de una marca –Kleenex, en este caso- acabó haciéndose popular y dando nombre, por extensión, a todos los pañuelos de papel.
Según paece, los famosos pañuelos americanos tienen ya una larga historia, aunque, que yo recuerde, su uso popular, en nuestro entorno, se remonta sólo a unas cuantas décadas. Pero no quería yo entrar en semejantes cuestiones, si no es para vincular todo esto con la presencia de los pañuelos en nuestro folklore.
Pañuelo estampado. Danza de Utande. Foto: José Antonio Alonso.
Lo primero que tenemos que decir, para centrarnos, es que la palabra pañuelo se usa, de forma genérica, para referirse a un trozo de tela de variados tamaños, generalmente de forma cuadrada. La propia Academia de la Lengua distingue entre los pañuelos de pequeño tamaño, que suelen servir para limpiarse “la nariz o el sudor y para otras cosas”, y los de mayor tamaño, usados “para abrigarse o como accesorio en la indumentaria femenina y masculina”.
Los de menor tamaño podían ser de uso cotidiano, pero también tenían su dimensión ornamental y de lucimiento en la indumentaria festiva. De diario, los hombres los llevaban normalmente guardados en el interior de la faja, en compañía, a veces, de la petaca de tabaco, el chisquero y la navaja; las mujeres lo llevaban en la faltriquera o guardados en otros lugares de la indumentaria o en “la canal de su pecho”, lo cual hizo del pañuelo un objeto de envidia por parte de los varones que bien quisieron ocupar ese mismo lugar privilegiado. Así lo pensaban y así se lo cantaban a las novias o pretendidas en las rondas nocturnas:
Como las águilas reales/ anidan en los barbechos,
yo con gusto anidaría/ en la canal de tu pecho.
En su uso festivo, los pequeños pañuelos masculinos, ilustrados a veces con líneas, dibujos o bordados, se dejaban ver en el exterior de las fajas –los conocidos como pañuelos de “yerbas”, por ejemplo-, o en algunas indumentarias de ritual. En el caso masculino los pañuelos de cabeza tuvieron un uso generalizado en nuestra tierra, tanto en su dimensión cotidiana como festiva. También las mujeres usaron los pequeños pañuelos para proteger la cabeza del frío y del sol.
Pañuelo bordado. Danza de Utande. Foto: José Antonio Alonso.
En cuanto a los pañuelos de mayor tamaño fueron usados mayormente por las féminas, para abrigarse en las espaldas, cruzados en el pecho y atados en la cintura, pero también como prenda festiva, bordados o estampados, sin entrar en otras variantes de mantones de flecos o mantones de Manila. También los hombres usaron y siguen usando grandes pañuelos en algunas danzas de ritual de nuestra tierra, pero atados en la cintura y sobre las enaguas (Valverde, Majaelrayo, Utande).
De todo ello queda el recuerdo en la indumentaria tradicional que visten nuestras gentes en las demostraciones de folklore, procesiones, romerías y otros acontecimientos festivos. También quedan coplas y cantares relacionados con los usos variados de los pañuelos.
He elegido el título del artículo porque me ha venido al recuerdo una canción que, como tantas otras, aprendí de las grabaciones de nuestros amigos del “Mester de Juglaría”:
Límpiate con mi pañuelo / yo lo lavaré mañana,
a la orillita del río/ con la corriente del agua.
Mi madre me enseñó esta otra también relacionada con el tema:
Allá arribita, arribita/ hay una fuente de oro,
donde lavan las mocitas/ los pañuelos de sus novios.
Flores bordadas en un pañuelo estampado. Foto: José Antonio Alonso.
Parece que se tenía por costumbre eso de lavar los pañuelos a los novios, también lo de bordarlos con sus iniciales y otros motivos. Ellos se encargaban de corresponder estos gestos con otros como el tallado de palillos de aguja, con el nombre de la novia, a punta de navaja. Eran otros tiempos: el pañuelo como objeto de demostración amorosa. Luis Profili, el autor argentino de la Zamba de mi esperanza, dejó escritos esta preciosidad de versos:
Zamba, a ti te canto/, porque mi canto derrama amor,
caricia de tu pañuelo/ que va envolviendo mi corazón.
Y Amancio Prada puso música y voz al tema: Nadie la llama y viene:
Sécate los ojos/, quedito, quedo, con el mandil o con el pañuelo/, hermano pequeño.
¡Cuanto amor y cuanta ternura, alrededor de los pañuelos de tela! Si los pañuelos hablaran…No recuerdo que se haya escrito nada tan poético con los pañuelos de papel desechables.
Los pañuelos de tela, son ecológicos, reutilizables, pueden usarse -si están limpios, claro- como vendajes en caso de accidente o para limpiar los cristales de las gafas; si haces cuatro nudos, uno en cada esquina, y te los pones en la cabeza, pueden salvarte de una insolación segura y de otros serios problemas de enfermedades cutáneas; puedes colocarlos por dentro en la ventanilla del coche para evitar el sol, y en caso de conflicto pueden servirte de bandera para firmar la paz. ¿Hay quién dé más?
Vistas todas estas ventajas, me estoy planteando, seriamente, solidarizarme con mi amigo y volver al uso de los pañuelos de tela. ¡A ver lo que me duran los buenos propósitos!