Lo oscuro
Este invierno, que se adivina espeso, me dan más miedo los vivos porque alrededor noto el aliento envenenado del mal.
La marcha fúnebre del día de los difuntos. Los americanos han puesto de moda un festejo macabro de calabazas y bailes con esqueletos, pero a estas alturas de la vida creo que los muertos son lo más sólido y confortable que tenemos. Ellos habitan mis recuerdos y a veces salta un chispazo que me hace sonreír. Veo a mi padre revolviendo con la patilla de sus gafas el agua con bicarbonato, o a mi madre filosofando ante una situación surrealista, arqueando las cejas y susurrando ¡qué vida tan rara!... A veces veo muertos, pero son muertos queridos, divertidos y amables. Son, claro, mis muertos.
Este invierno, que se adivina espeso, me dan más miedo los vivos porque alrededor noto el aliento envenenado del Mal, con mayúscula. Lawrence Durrell escribió: “El hombre ha caído en una trampa (…) y la bondad no le sirve de nada en este nuevo orden (...) Quienquiera que fuera el que nos cuidaba y se ocupaba de nosotros, que se interesaba por nuestro destino y el del mundo, ha sido reemplazado por alguien que se regocija en nuestra servidumbre a la materia y a las partes más viles de nuestra naturaleza” (Monsieur o El Príncipe de las Tinieblas).
Leyendo a Durrell pensé en la posibilidad de que hubiera vuelto el Maligno, ya estuvo con Hitler, con Stalin, con Mao y, cuando conocí los detalles del asesinato de Khashoggi, estuve segura de su participación. Pero un amigo virtual ha puesto en Facebook un chiste del inolvidable Chumy Chúmez en el que sale un diablo que dice:” Soy Luzbel y he venido a aclarar que yo no tengo la culpa de todo lo que está pasando”.
Bueno, de todo puede que no, pero de algunas cosas desde luego, hay desastres que llevan claramente la cruel marca de Satán. Pero la culpa de esta crispación política planeada para desesperar, esta forma de ir contra el Estado de Derecho, contra el Rey y la Constitución, debe tenerla el Mal de la época, o sea, el populismo. Porque el populismo nos lleva hacia un lugar al que no queremos ir: nos lleva a Venezuela con Maduro y Zapatero.
Hasta nuestro hermoso idioma se está adulterando con un vocabulario cursi, oscuro, lleno de ambigüedades y disimulos. Como si no tuviéramos en español palabras para calificar los hechos, las mentiras y las verdades. Ahora es cuestión de tergiversar y el que grita, gana. Así el Congreso de los Diputados se está convirtiendo en un patio de vecindad con la ropa tendida, del que nos avergonzamos.
Pero ¿Esto qué es? que diría Sara Montiel, eminente difunta, si pudiera ver el problema que nos han liado los separatistas catalanes, con Torra de cuerpo presente, Sánchez de consentidor, Iglesias atizando el fuego y los cobardes de la pradera escondidos en Waterloo.
No es nada. Es que unos pocos pretenden que rompamos lo mejor que hemos construido entre todos, mientras ellos se reparten lo que queda. Que será poco.