Lorenzo Díaz (In memoriam)

16/12/2023 - 16:11 Emilio Fernández Galiano

Nunca le vi alardear de nada ni con nadie,  y se lo rifaban en los mejores restaurantes de la piel de toro. No en vano , era de los pocos españoles honrado dos veces con el Premio Nacional de Gastronomía.

 
Por Emilio Fernández Galiano
Hace días su leal y ejemplar compañera, Magdalena Valerio, me anunciaba un posible final, posiblemente próximo. Demasiados meses sin oír su voz quebrada rompiendo las ondas radiofónicas. A Camavinga se le sube la bola y una parte de este país se estremece. A Lorenzo Díaz se le secuestraba su voz por imperativo terapéutico y otra parte se inquietaba. Porque, como él diría, España sigue teniendo sangre de fiesta, de fútbol y de toros. Y sólo los inquietos empiezan a preocuparse por otras cosas.
El viejo rockero quedó en silencio. El amigo Lorenzo, El “Mítico Llorens”, era como los del noventa y ocho, me extraña que no se calzara boina para proteger su lúcido cénit del riguroso invierno seguntino. Como los de la generación de Unamuno, no era castellano, era manchego, pero adoraba la meseta del norte y su serranía. La Castilla vieja, la que, como él decía, huele a horno de leña, hogaza de pan y cordero. Ya no huele así en ningún sitio, pero lo mantenía porque era un romántico. Un idealista en el mejor sentido de la palabra. 
  Junto a su pareja, mantienen casa y una biblioteca que poco tardará en invadir la cocina en donde, por cierto, su compañera de viaje, Magdalena, le guisaba con manos primorosas, aunque discutía con ella de política, Derecho o de la misma España. Desaforado lector, si el autor del libro de turno, pongamos por caso, era un alemán de los de antes de la caída del muro de Berlín, mejor. Un alemán de los orientales, claro. Porque Lorenzo siembre iba con los que pierden.
Tenía aspecto de bohemio despistado, pero se fijaba en todo y no por cotilleo, sino por su natural curiosidad sociológica. También se fijaban en él, pues a pesar de lucir el palmito de un cartero de Tomelloso, las cautivaba como un príncipe de Sajonia con la labia de Bergerac. La leyenda creada por su fiel amigo Raúl del Pozo, ésa de que vino a Madrid en un camión cargado de putas y melones, no sólo no la desmintió, la convirtió en mito por respeto a quien se la inventó y, otra vez, porque era un romántico. Porque le hubiese gustado que fuese así en armonía a su austeridad. Nunca le vi alardear de nada ni con nadie, y se lo rifaban en los mejores restaurantes de la piel de toro. No en vano, era de los pocos españoles honrado dos veces con el Premio Nacional de Gastronomía.
Pero creo que sabía tanto o más de comunicación y, sobre todo, de radio, su hábitat natural, su medio vital. Pienso que por sus venas en lugar de sangre corría la galena fundida. Su confinamiento al silencio durante un periodo tan largo ha debido de ser similar al destierro de Solzhenitsyn; al menos habrá leído, todavía más.
  Tenía grandes y numerosos conocidos, pero, sospecho, selectivos amigos. También era austero en eso, porque los contaba como el que se va a por setas. Y ese es el mejor guiño de amistad que te podía brindar este manchego castellano, que disfrutar con él una sobremesa era como comerte un trozo de tarta de chocolate con helado de vainilla, un mucho de ondas de su radio y otro tanto de su sabiduría política y social, que era mucha. Y poder compartir, como con el filósofo, cada guinda que pone en cada isla de su particular archipiélago Gulag, a pesar de que no sabía qué era eso de la sal “Maldon”.
 
Lorenzo Díaz, nació en Solana del Pino (Ciudad Real) el 6 de abril de 1944 y falleció en Madrid el pasado 12 de diciembre.