Los cuchillares

16/04/2016 - 13:31 Luis Monje Ciruelo

 No conocer Los Cuchillares del Asomante, dramático paisaje del Jarama, es desconocer la tierra del Ocejón. 

 No conocer Los Cuchillares del Asomante, dramático paisaje del Jarama, es desconocer la tierra del Ocejón. Y no es fácil llegar, sobre todo si es en un día invernal, aun ya avanzada la primavera, de nieblas,  llovizna y nubes bajas que cierran el horizonte y no dejan ver las alturas inmediatas.Cuesta encontrar a alguien que nos oriente por la ruta cierta, como nos ocurrió el domingo en Roblelacasa cuando lo que queríamos era ir directamente a Los Cuchillares. Nos equivocamos abandonando por la izquierda la carretera de Majaelrayo en El Espinar cuando debe hacerse al llegar a Campillo de Ranas, todos ellos pueblos de auténtica “arquitectura negra” cuya sola visita merece el viaje. Campillo de Ranas dista casi igual de Majaelrayo que de Los Cuchillares. Yendo hacía el río, se deja Roblelacasa a un tiro de piedra  en un un rellano de solitarias y enverdecidas praderas con puntas de  vacas y novillos pastando libremente. Los tardíos robledales, de savia perezosa, parecían entre la niebla fantasmales esqueletos de árboles de retorcidos troncos. Al aproximarse al río, la carretera, muy deteriorada en su último tramo, que contrasta con la excelencia de todas las de la  comarca, se hace sinuosa y se precipita en vertiginosa pendiente, de pavimento de cemento estriado, hacia la profunda barranquera  de Los Cuchillares, dantesco cortado de impresionantes precipicios, alertando de máxima precaución al veterano conductor, que llevaba el pie en el freno, la marcha en segunda, y el alma en los ojos para no desviarse lo más mínimo del centro de la calzada. Cumplido sin novedad el peligroso descenso y la dura ascensión por el otro lado, hubo que repetir la maniobra en dirección contraria para el regreso, so pena de volver por Montejo de la Sierra dando la vuelta por Madrid, como se hacía antes de construir el puente de Los Cuchillares. Hubo tiempo, sin embargo, para contemplar desde  unos 70 metros de altura el retorcido cañón de verticales lastras de pizarra por donde corren espumeantes las aguas del río, poco antes de recibir las del Jaramilla, su afluente. Es un trágico paraje por su soledad y por la negrura de sus rocas de pizarra, que impresiona al que allí llega por primera vez; lugar menos conocido de lo que merece, pero que, sin embargo, ya fue fotografiado en los años treinta por Layna y Camarillo, y recogido en el libro que en los cuarenta se  publicó con textos del primero, libro que conservo  dedicado cariñosamente por ambos con fecha 12 de octubre de 1949, llamándome “amigo y sincero alcarreñista”.